Golem: La leyenda

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Del mismo barro

En Golem: La Leyenda (The Golem, 2018) los hermanos israelíes Doron y Yoav Paz dan cátedra acerca de cómo crear un producto en inglés que puede venderse tanto al público de los festivales arty como al espectador común de vertiente heterogénea, ese que no sólo consume películas del aparato hollywoodense: retomando algunos elementos de la célebre leyenda hebrea y de los clásicos del expresionismo alemán El Golem (Der Golem, 1915), un film semi perdido, y El Golem: Cómo Vino al Mundo (Der Golem: Wie er in Die Welt Kam, 1920), una precuela de la anterior, los realizadores construyen un relato preciosista y solemne que se sirve del mito folklórico del ser de barro o arcilla para trabajarlo desde una arquitectura dramática que combina en iguales proporciones el núcleo de Frankenstein o el Moderno Prometeo (Frankenstein or the Modern Prometheus, 1818) de Mary Shelley y el esquema paradigmático de Cementerio de Animales (Pet Sematary, 1983) de Stephen King.

Hoy por hoy la historia se centra en Hanna (Hani Furstenberg), una mujer que vive en un pueblito judío en la Lituania de 1673 y que perdió a su único hijo, Joseph, hace ya siete años por razones sin especificar, tragedia que la llevó a estudiar en secreto la Cábala para tratar de comprender los designios de Dios y a evitar volver a quedar embarazada -por miedo a una nueva debacle familiar- mediante una pócima que le entrega la curandera de la aldea, Perla (Brynie Furstenberg). Casada con nada menos que Benjamín (Ishai Golan), el hijo de la máxima autoridad del lugar, el Rabino Horrovits (Lenny Ravitz), la fémina es la única que no se sumerge en la pasividad cuando un grupo de ortodoxos rusos supersticiosos -liderados por Vladimir (Aleksey Tritenko)- invaden el pueblo y amenazan con quemarlo y matar a todos a menos que por un lado retiren un supuesto “hechizo” que los condenó a sufrir la plaga y por el otro curen a la primogénita convaleciente del jerarca, una jovencita.

Mientras que Perla se hace cargo de la niña y Horrovits ningunea a una Hanna que propone crear a un golem para que los defienda ante sus enemigos, la protagonista se decide a desobedecer a los hombres cuando su hermana recién casada, Rebecca (Veronika Shostak), padece un aborto por un golpe en el abdomen de uno de los secuaces de Vladimir. Así las cosas, Hanna amasa una figura humana con tierra, le introduce en la boca un pequeño pergamino con el “nombre de Dios” -las 72 letras sagradas que están ocultas en la Torá- y le prende fuego alrededor respetando la forma de la Estrella de David. La criatura resultante, en apariencia un niño tradicional (Kirill Cernyakov), se transforma no sólo en un arma mortífera contra los ortodoxos rusos sino en una suerte de encarnación para la mujer de su vástago fallecido, ya que además de tener la capacidad de hacer explotar los cuerpos de las personas el flamante muchachito posee una conexión anímica/ somática indisociable con Hanna, pudiendo ambos percibir lo que siente el otro. Cuando el purrete mate a Sarah (Mariya Khomutova), una madre soltera interesada en Benjamín, y a la propia Perla, quien pretendía eliminar al golem, quedará de manifiesto el carácter incontrolable del autómata.

El guión de Ariel Cohen, incluso en su evidente sencillez y siendo por demás derivativo, le saca el jugo a tópicos como la creación de vida, la persistencia del luto, el sustrato discriminador de las religiones organizadas, la rebelión purificadora, la ceguera detrás de los fundamentalismos, el marco de nula tolerancia en el campo frente al otro/ diferente, la represión sexual, la desintegración de la parentela, las comunidades cerradas y esa violencia siempre latente en todos los seres humanos. Sin llegar a redondear ninguna maravilla del séptimo arte, los hermanos Paz apuntalan con eficacia una especie de exploitation folklórico que busca dejar a todos contentos ofreciéndole a cada público uno o varios ítems de su agrado y logrando que la mixtura no se sienta forzada porque el verosímil está encarado desde la paciencia y el detallismo. El desempeño de todo el elenco es muy bueno aunque sin duda la gran responsable de que el film no se caiga es Furstenberg, una actriz genial capaz de hacernos atravesar dimensiones superpuestas como la vulnerabilidad, la osadía, la independencia y esa sorpresa que a su vez se vuelca hacia la comprensión y la aceptación cuando se topa con el costado más oscuro de la criatura que ella supo concebir…