Gloria Bell

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Nacido en Mendoza, en 1974, Sebastián Lelio es un cineasta, guionista y productor nacionalizado chileno. Su lente cinematográfica es una de las más interesantes que ha brindado el cine de autor a lo largo del último lustro. El reciente estreno de “Gloria Bell” valida los pergaminos de un realizador sumamente interesante de analizar.

Luego del suceso de “Una Mujer Fantástica” en 2017 (película chilena que ganara el Oscar a la Mejor Producción Extranjera), Lelio realizó su transición al cine de habla inglesa, respaldando una década de trabajo en la producción de cortos y largometrajes. Su debut en el cine extranjero se llevó a cabo con la magnífica “Desobediencia” (2018), un drama protagonizado por Rachel Weisz y Rachel McAdams. Un año después, regresa a la pantalla con una película cuyo trailer promocional erróneamente sugiere una comedia romántica de lo más convencional. En absoluto, “Gloria Bell” es una delicia cinematográfica que ofrece un producto pensante, potenciando el lucimiento de la enorme Julianne Moore.

Con su más reciente film, Lelio se anima a una empresa que pocos realizadores han llevado a cabo con elogiosa suerte. Filmar una remake de un propio film (algo para directores de la talla de Alfred Hitchcock o Cecil B. De Mille no fue una novedad), en este caso haciendo mención al plus que significa reversionar la propuesta mediante una transición idiomática. Al momento de su estreno, la “Gloria” original contó con la producción del cotizado -y coterráneo- Pablo Larrain (“Jackie”) y obtuvo nominaciones al Premio Oscar, en tiempos donde la talentosa figura de Lelio comenzaba a ser tomada en serio por el mundillo de Hollywood.

La trama nos lleva directo hacia la pista de baile. Allí suena la canción homónima a nuestra protagonista, icónica canción de la desaparecida estrella pop Laura Branigan (también leit motiv sonoro del film de Adrian Lyne “Flashdance”, en 1983). A lo largo del film, también sonarán otros clásicos temas que animaron las discotecas de aquellos años, convirtiéndose en la banda de sonido de una generación: “Never Can Say Goodbye” de Gloria Gaynor, “September” de Earth, Wind & Fire, “A Little More Love” de Olivia Newton-John, “All Out of Love” de Air Supply y “No More Lonley Nights” de Paul McCartney. En la piel de Gloria se coloca la inmensa Julianne Moore. En el enésimo protagónico para el recuerdo que aborda en su prolífica e impecable trayectoria. Cinco veces nominada al Oscar y ganadora de la preciada estatuilla por “Still Alice” (2015), el caso de Moore es digno de destacar.

En tiempos donde, a cierta edad, Hollywood suele ser lo suficientemente cruel con sus estrellas envejecidas, las divas del celuloide del pasado cuarto de siglo pugnan por hacerse de papeles de valía. Salvo, claro, que se llamen Meryl Streep. Sin embargo, allí esta Moore dignificando su talento imperecedero gracias a films recientes como “Mapa a las Estrellas” o “Suburbicon”. Su talento jamás deja de sorprendernos. Mostrando el ímpetu y la osadía necesarias como para encarnar un rol desafiante, allí está el talento de Moore, fulgurante. Se pone en la piel de una mujer llegando a sus sesenta años, en plena crisis existencial y afrontando el abismo de aquello que se busca ‘por venir’ mientras la propia existencia calcula el tiempo transcurrido perdido en la quimera de encontrar aquello que llamamos ‘felicidad’.

En ese cruce de caminos se encuentra nuestra heroína, mujer maravilla de carne y hueso, que brinda sensibilidad, hondura e intensidad a un tiempo cinematográfico dominado por super héroes de plástico y esquemas argumentales acartonados. En las antípodas, Lelio es un cineasta original, que exhibe dinamismo y buen gusto estético a la hora de posar la cámara sobre su protagonista o seguir sus pasos. Y Moore se entrega al juego de ser observada y desmenuzada. La pelirroja musa de Neil Jordan en “The End of the Affair” no teme a brindar un desnudo en cámara a sus casi sesenta años. Tampoco a volver a abrir su corazón a un hombre que no estará a la altura de las circunstancias, el siempre delicioso John Turturro.

El idilio que vive Gloria la despierta de un largo letargo. Vuelve a sentirse plena sexualmente y a compartir sueños a cumplir, no obstante la ilusión pronto se desvanece. Se da de bruces contra su propio vacío cotidiano, al que intenta llenar infructuosamente con nimiedades; también intenta hacer las pases con su pasado y sus vínculos. Ve a sus pares envejecer, a sus hijos crecer y se pregunta que quedó reservado para ella. Parece flaquear, pero sabe que rendirse no es una opción, y allí se convierte en la heroína de su propia fortuna, entregándose al rescate de sí misma. Reflexiva y tragicómica, “Gloria Bell” ofrece una mixtura genérica infrecuente.

La espléndida Moore sabe como dotar de sutileza y honestidad brutal a más de un pasaje revelador, reflejando dudas, miedos y frustraciones con las que se identificará cualquier mujer que haya atravesado esos vaivenes del corazón. Corriendo en la persecución de su destino, hace realidad la letra de esa canción que resuena, como un mantra, en su cabeza. Este auténtico hallazgo cinematográfico dentro de la cartelera hollywoodense, posee el buen gusto y la emotividad de la que suelen carecer las licuadas propuestas románticas con aire de fábula dorada. Bravo por tu audacia, Julianne.