Glass

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

El realizador y guionista indio, artífice por excelencia de mundos sobrenaturales, consolida su lenguaje con el paso de cada film para decirnos su verdad, de acuerdo a sus formas de contar y partiendo de la idea de que su cine se despoja de parámetros convencionalistas. Quizás sea hora de reivindicarlo, de una vez por todas, y dejarnos atrapar en su dimensión desconocida. O, quizás, dudar de él una vez más. Podrá ser amado u odiado, pero ignorado jamás. M. Night Shyamalan es, por varias razones, uno de los cineastas más particulares que haya dado el cine en los últimos 20 años.

“The Sixth Sense” (Sexto Sentido, 1999) fue, no solo su tercera incursión cinematográfica y una grandísima película, sino que es una obra de las más representativas del género del terror psicológico, marcando un hito insoslayable. Otras de las razones, y menos feliz, por las que Shyamalan está muy frecuentemente en boca de todos es porque ninguno de sus films posteriores pudo llegar a alcanzar ni superar el éxito mencionado. Allí es donde se produce un quiebre en su filmografía y su obra cumbre se convierte en una referencia inclaudicable. Preso de las continuas comparaciones respecto a su ópera prima maestra, el fantasma de aquel film merodeando sobre el resto de su obra convierte a una joya del suspenso psicológico en un estigma que su autor carga sobre sus espaldas, como un injusto parámetro en permanente comparación.

Films erráticos, de paródicas conclusiones o francamente propuestas decepcionantes, hicieron dudar del verdadero talento de este señor, que parecía agotado. Con sus altibajos e irregularidades, pero con una profunda concepción y convincente creencia de los mundos que aborda tan lejanos a la mundana chatura habitual de estos tiempos, la siguiente década creativa encontró a un director trabajando de modo incesante. Quizás este matiz lo convierta en un incomprendido, precio que tiene que pagar para ser finalmente aceptado como el gran cerebro que es, aún víctima de las contingencias creativas que maneja la industria.

No obstante, si revisamos su obra, veremos a un cineasta de culto, con una línea de pensamiento muy coherente y una visión del mundo que -si bien es discutible- se deja ver profunda e inquietante. Estas características dejan marcas a lo largo de sus películas, convirtiéndolo en un más que particular facsímil de autor cinematográfico. Shyamalan cultiva un estilo muy personal. Es un director muy apegado y férreo a sus posturas que no son siempre las convencionales. Por el contrario, se mueve dentro del género del suspenso, planteando historias que parecen sacadas de fábulas y cuentos bizarros que generan fascinación. Otorgarle a M. Night Shyamalan el beneficio de la duda, resultaría una grata oportunidad para mirar con otros ojos su filmografía «menor» y reivindicarlo.

Si la concepción del origen de esta saga, “El Protegido” (2000), resulta uno de sus puntos autorales más altos, Shyamalan perfeccionó durante sendas posteriores incursiones su noción de género. En esta entrega, el autor retoma obsesiones e inquietudes formuladas en “El Protegido” y sintetizadas en “Split”, con miras a explorar su veta más punzante. En su reciente obra hallaremos puntos en común, para la reflexión, la polémica y la discusión. Como denominador común en su filmografía, observamos al hombre y sus circunstancias enfrentado a sus miedos más recónditos, factor que aquí no resulta una excepción, manifestados bajo un universo de superhéroes y villanos de cómics concebidos bajo una trama de dobleces y reflejos siniestros (heredera del Doppelgänger literario), que en nada se asemejan a los redundantes e innecesarios ídolos de Marvel que pueblan la cartelera comercial desde hace años.

Persiguiendo otro tipo de cuestionamientos, los personajes de Shyamalan (quien se reserva para sí mismo su habitual cameo ‘a la Hitchcock’) desnudan al ser humano frente a los temores que lo aquietan y las dudas existenciales que se le presentan, por ejemplo, frente a las fuerzas superiores que amenazan su supervivencia. Parte del imaginario personal personal del director, se recrea bajo dicha mirada en “Glass”. Retomando la nostalgia de un legado que permite rescatar del olvido a figuras claves de la historia original, como los personajes interpretados por Bruce Willis y Samuel L. Jackson, “Glass” otorga mayor preponderancia al perturbador y exigente rol de La Bestia, en la piel del enorme James McAvoy.

“Glass” reformula, por enésima vez, la ecuación que Shyamalan ha trazado a lo largo de su entera trayectoria. Generando un planteo interior revelador y determinante para cada uno de los habitantes que pueblan sus mundos, decididos a romper las reglas de toda lógica y violar las normas de lo convencional y entendible al lógico pensamiento humano, en el autor indio lo verosímil delimita con la auto parodia. Se trata de un gran provocador que abunda en elementos propios sabiendo que corre notables riesgos artísticos, pero cuyo estilo y concepción fílmica es convocante; digna de extremos partidarios y detractores.

En esta película, se propone continuar ciertas convenciones cuya grandilocuencia desmedida dialoga con su propio legado. A fin de cuentas, pecados de auto indulgencia y ambición que limitan el potencial que esta trilogía pudo haber alcanzado. Ante lo expuesto, “Glass” se asemeja a un spin off por demás ambicioso, tramado por un cineasta ampuloso que, si bien privilegia otros condimentos menos explícitos y anticipables a la hora de abordar una película sobre super-héroes, termina anteponiendo sus caprichos al buen tino de ciertas decisiones narrativas (inmersas en el tedio), como exégesis de la naturaleza excéntrica de un director que rescató el núcleo de una gema temprana de su trayectoria: un universo de ficción repleto de vericuetos psicológicos, dilemas filosóficos, rebosante de espíritu de historieta, pero con una vuelta de tuerca macabra.

Resultante de esa búsqueda permanente que lo ha consagrado como un explorador de historias sobrenaturales, en particular destacable luce un tenso y aterrador desenlace, si bien su dilatado metraje luce excesivo. Mirando superhéroes, mirando superstars, finalmente no nos sentimos tan locos ni tan mal.