Glass

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

A satirizar se ha dicho

Allá lejos y hace tiempo, precisamente luego de hacerse conocido en todo el globo con la mítica Sexto Sentido (The Sixth Sense, 1999), el director y guionista M. Night Shyamalan terminó de confirmar su talento con la que sería su obra maestra definitiva, El Protegido (Unbreakable, 2000), una película maravillosa que logró destacarse del cine de superhéroes de su momento, aquel que todavía conservaba rasgos autorales y solía ofrecer propuestas muy distintas entre sí que por cierto poco y nada tienen que ver con la basura anodina e intercambiable de nuestros días del rubro, todos bodrios encadenados/ exploitations con presupuestos gigantescos que en esencia tratan de replicar en vano la astucia del Batman de Christopher Nolan. Aquella pequeña película no reproducía/ banalizaba cual autómata sin vida propia los latiguillos de los cómics, como hacen incansablemente los films actuales, sino que deconstruía, repensaba y adaptaba a la praxis diaria la lucha paradigmática entre el bien y el mal desde una óptima compleja y adulta que ponía el énfasis en la estructuración anímica de los personajes, el carácter social alegórico del opus y una atmósfera de misterio muy cercana a lo que sería un thriller de suspenso de autodescubrimiento sutil y paulatino.

Los años pasaron, así como las diferentes fases de la carrera del realizador hindú, y éste finalmente decidió retomar su creación de antaño en ocasión de la también extraordinaria Fragmentado (Split, 2016), en la que la batalla moral/ ética se trasladaba al intelecto del protagonista, Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) alias The Horde (La Horda), un hombre con un trastorno de identidad disociativo y 23 personalidades a cuestas que se correspondían a una escala de esa benevolencia y esa perversidad que en el film del 2000 estaban representadas en David Dunn (Bruce Willis) alias The Overseer (El Centinela), un hombre indestructible, con una enorme fuerza y habilidades semi telepáticas, y Elijah Price (Samuel L. Jackson) alias Glass (Vidrio), un afroamericano brillante con osteogénesis imperfecta, mal genético que desencadena que los huesos se quiebren con facilidad. Ahora desde la perspectiva del terror de encierro y los padecimientos mentales que derivan en la psicopatía, Fragmentado desarrollaba la génesis de La Bestia, una personalidad número 24 bien animalizada, y nos presentaba a Casey Cooke (Anya Taylor-Joy), una adolescente abusada sexualmente por su tío que se convertía en una de las víctimas del afligido Kevin.

Hoy por fin tenemos ante nosotros a Glass (2019), la tercera parte de lo que se ha dado en llamar la Trilogía Eastrail 177 por la catástrofe ferroviaria del inicio de El Protegido, esa provocada por Elijah que dejó como saldo 131 pasajeros muertos y un solo sobreviviente, nada menos que el amigo David: en esta oportunidad Shyamalan vuelve a ratificar el prodigioso momento que está atravesando como autor luego de Los Huéspedes (The Visit, 2015) y la misma Fragmentado, ahora retomando todos los personajes principales previos en una historia que se centra en la captura y reclusión en un hospital psiquiátrico de Dunn y Crumb, donde también está encerrado Price. Allí, bajo el control de la Doctora Ellie Staple (Sarah Paulson), los tres serán sometidos a castigos varios, una medicación muy severa, una vigilancia constante -vía muchas cámaras de seguridad- y entrevistas con la médica en un contexto hiper maternalista a través del cual la mujer pretende convencerlos de que sus supuestas destrezas superhumanas son en verdad producto de un delirio compartido que posee una explicación racional (la susodicha a su vez les comunica que las autoridades le han otorgado tres días exactos para el intento de turno de reconversión psicológica express).

Aquí nuevamente el cineasta lleva a cabo una disección de la arquitectura y engranajes más utilizados del universo de los cómics apelando por un lado al cariño en lo que atañe a la fuente primaria del rubro, léase las propias revistas en tanto narraciones ilustradas que nos reenvían a los relatos/ dibujos primigenios de la humanidad, y por otro lado al sarcasmo en lo que respecta al comercialismo berreta contemporáneo -símil Comic Con y mamarrachos de Marvel y DC para la gran pantalla- que inunda los mercados globales de productos lelos, caricaturescos y por demás mediocres. En este sentido Glass se ubica en el extremo opuesto del mainstream de nuestros días porque edifica seres sufrientes y escenas de genuina tensión sin recurrir a chistecitos bobos, lugares comunes dramáticos, secuencias de acción interminables y/ o una tonelada de CGI, dando a entender que el corazoncito de Shyamalan como director sigue estando en el campo de lo artesanal y los diálogos pulidos. Asimismo el señor sabe aprovechar a los secundarios en términos de enfatizar la sutil complejidad de cada uno de los tres protagonistas y sus anhelos más íntimos, colocando a Casey como el contrapunto pacífico/ “cable a tierra” de Kevin y haciendo lo propio con la madre de Elijah (Charlayne Woodard) y el hijo de David, Joseph (regresa un adulto Spencer Treat Clark), quien administra a la par de su padre un local de venta de equipamiento para la seguridad, recordemos que Dunn fue guardia en un estadio, y lo asiste en su rol de vigilante callejero.

Pegándole en simultáneo a la psiquiatría, las fuerzas estatales, la industria del espectáculo y el cine de superhéroes actual, todos ejemplos perfectos de un dominio masivo amparado en dosis iguales de manipulación, mediocridad, vigilancia y marketing fraudulento, la película retoma con desparpajo y autoconciencia aquel binomio protección/ exterminio en función de un andamiaje general en verdad realista y trágico porque no cede frente a estereotipos vacuos para saciar la sed de previsibilidad de los oligofrénicos criados por la gran industria cultural, esos infradotados que viven en la ignorancia y jamás conocieron nada que evite el molde del cine chatarra escapista. La sátira ácida camuflada bajo los esquemas del drama/ thriller de manicomio, en sintonía con Shock Corridor (1963) y Atrapado sin Salida (One Flew Over the Cuckoo's Nest, 1975), se transforma en un interesante recurso de denuncia sobre el sustrato despersonalizador del poder público para con los ciudadanos de a pie y sobre el influjo empobrecedor y maniqueo barato del mainstream en torno a las soluciones narrativas más recurrentes de cada período histórico: el mismo Elijah señala una y otra vez los clichés literales que podrían acumularse si estuviésemos viendo una obra estándar hollywoodense y no la creación de uno de los últimos autores que quedan dando vueltas en el sistema de los estudios, hoy subrayando que la estabilidad identitaria -o psicológica- no pasa de ser una fábula construida por los agentes del control absoluto y homogeneizador…