G.I.Joe: el contraataque

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Nuevo capítulo de la saga basada en los juguetes bélicos.

El diálogo es textual. “¿Qué vamos a hacer esta noche?” Respuesta: Lo mismo que hacemos todas las noches, ¡Tratar de conquistar el mundo!” Los personajes no son de G.I. Joe, sino que son Pinky y Cerebro, personajes del dibujo animado producido por Spielberg en los ’90, pero son la síntesis perfecta de lo que ocurre en cada capítulo de la saga G.I. Joe, basada en los populares juguetes de Hasbro.

Como en la primera película, Cobra y sus secuaces quieren hacer lo mismo que Pinky y Cerebro, sólo que ahora van por más. Luego de ser encerrado bajo tierra en una ex mina en Alemania, Cobra logra escapar, quiere terminar un siniestro plan: apoderarse del planeta enfrentándose con las ocho potencias nucleares.

Antes, los Joes caen en una trampa -no urdida por Cerebro, pero por lo simplista parecería que sí- y antes de que alguien les diga Yankees go home , la mayoría de los soldados quedan aniquilados. Sin una gota de sangre: se sabe que estas películas deben ser aptas al menos para preadolescentes en Norteamérica, y entonces hay violencia, explosiones, fuego, pero nada de fluido rojo.

Los fanáticos descubrirán que hay caras nuevas y otros personajes/juguetes desaparecen más bien rápido. Como no queda otra, los sobrevivientes busca ayuda en un líder de los Joe: si antes era el general Hawk (Dennis Quaid), ahora es el general Colton (Bruce Willis). Y deben averiguar si el mismísimo presidente de los Estados Unidos los mandó eliminar.

Interpretado de nuevo por Jonathan Pryce -que fue Perón en la Evita de Alan Parker-, parece cansado, como si el poder no le sentara bien. Igual, nadie se pregunta o responde cómo es que secuestraron al presidente.

Minucias de la trama, porque lo que importa es la acción. Al grito de Hu ah!

los Joes son -casi- invencibles. Por ahí está el músico RZA como el maestro de kung fu ciego (que no parodia al de pequeño saltamontes , pero casi), muchos ninjas, más traiciones y solidaridades inquebrantables. Y todo lo que comenzó como un juego, termina así: chicos, a tomar la leche.