Furia de titanes 2

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

De dioses y hombres

Una quimera ataca una aldea de pescadores. Perseo, el héroe que mató al kraken diez años atrás, saca la espada que había escondido con intenciones de no volver a usarla y empieza a perseguir al monstruo. En plena carrera y con la espada desenvainada, se agarra el hombro y gira el brazo de manera circular. El movimiento es apenas perceptible, más todavía si se tiene en cuenta que el fondo del plano lo ocupa casi completamente una bestia alada que escupe fuego. Sin embargo, ese gesto es casi una declaración de principios: es perfectamente entendible que Perseo, después de no agarrar el arma durante tanto tiempo, tenga que realizar un mínimo movimiento para desentumecer el brazo, para aflojar los músculos. Como las condiciones no se lo permiten, al personaje no le queda más alternativa que hacerlo en medio de una corrida desesperada que, filmada en plano único, habrá de terminar con él enterrando su espada en el lomo de la criatura. El director Jonathan Liebesman sabe que la técnica está de su lado, que la tecnología digital puede crear prácticamente cualquier cosa dentro de una película y con el mayor grado de detalle imaginable. Pero también es consciente del mayor problema de los efectos especiales de todas las épocas: conseguir que se integren de manera armoniosa con las imágenes del mundo captadas por la cámara. Ese es, en buena medida, el mayor conflicto de Furia de titanes 2: el llegar a utilizar una tecnología de punta que realce el mundo sin que quede al descubierto el desfase necesario entre los efectos especiales y las cosas. Se nota en la manera que se trabaja el sonido (estridente para las armas que chocan; más bien quedo para las grandes explosiones), en el armado de los planos (el plano secuencia de Perseo y la quimera; la manera en que los monstruos habitan durante varios segundos el mismo espacio que los hombres, sin que se recurra a un montaje frenético), en la concepción del movimiento de los personajes animados digitalmente (los pequeños, como las quimeras o los titanes, son rápidos; el gigantesco Cronos se mueve con una lentitud acorde a su tamaño colosal). Algunas escenas lo consiguen mejor que otras, pero esa tensión constante entre efectos y universo de la ficción es uno de los puntos centrales de la película.

El realismo que impregna las imágenes digitales también está presente en momentos que, narrativamente poco significativos, resultan fundamentales para entender el mundo de Furia de titanes 2. En la misma línea del movimiento del brazo de Perseo, cuando el héroe se sube a Pegaso, el caballo alado vuela de manera torpe y a los tumbos, fiel a la incapacidad de su jinete para dirigirlo como lo hiciera en el pasado. Perseo le pide que vuele con un poco de elegancia pero el caballo no hace caso; cuando lo desmonta, ya en tierra, Pegaso lo golpea sin querer (o no) en la cabeza con una de sus alas, justo en el momento en que un regimiento de soldados se arrodilla ante el héroe que venció al Kraken. Además de sumar capa tras capa de verosímil al relato de un guerrero que vuelve al combate después de una década, la película se permite hacer humor con un grado de madurez llamativo, sin atisbos de cinismo o parodia, construyendo la risa estrictamente con los materiales de la narración.

En este sentido, y en pleno auge de películas de temática mítica, Furia de titanes 2 se parece poco a las estilizadísimas Inmortales y 300. Lejos de pensar que la mejor forma de abordar un relato mítico es hacerlo desde la exageración más desaforada y artificial, Liebesman confía en imprimirle un realismo inédito a una historia con dioses, héroes, hazañas y criaturas infernales. No debería extrañar que esta sea, quizás, la película épica con más suciedad de la historia: son pocas las veces que las caras o los cuerpos de los personajes están limpios, sin tierra pegada. No por nada, cuando Perseo llega al campamento de Andrómeda, lo primero que hace ella es lavarse la cara: ni la reina de Grecia está resguardada de la mugre que parece impregnar el aire seco de la película. Así, dentro de esa lógica, es que se entiende el final de la pelea entre Perseo y Ares: el protagonista vence al dios de la guerra atacándolo sorpresivamente y por la espalda, previa distracción calculada de su hijo. La escena tiene una dosis de crueldad y de injusticia (por lo ruin del ataque) que, si bien puede impresionar, no desentona con la crudeza general de la película.

A su vez, ese realismo de los gestos y los efectos especiales también aparece en los vínculos que motorizan la historia. Como en toda mitología, los deseos que laten bajo las luchas divinas tienen un origen familiar: padres que abandonan a sus hijos, hijos rencorosos que piden venganza, hermanos peleados que se reconcilian (Liam Neeson y Ralph Fiennes como Zeus y Hades; por fin alguien notó el parecido de los actores y los puso a interpretar a dos hermanos); si bien con algunos excesos de psicologismo que no dialogan bien con la época y el trasfondo de la historia, la figura de la familia quebrada es el esqueleto creíble del relato, la causa más bien verosímil que alimenta el combate entre dioses, hombres y monstruos. Sobre el final, ninguno de los dos villanos (Hades y Ares) está demasiado convencido de haber liberado a Cronos; el plan para dominar el mundo parece una mera excusa cuyo verdadero fin es en verdad llamar la atención de Zeus, pésimo hermano y padre ausente.

Furia de Titanes 2, bien lejos de su predecesora pobrísima, es más que otro producto que se suma a la ola de historias míticas y fantásticas. Además de estar bien filmada, narrar con buenos recursos y crear un mundo con personajes bien delineados que no se pierden entre medio de las catástrofes y las guerras, la película de Liebesman es casi un ensayo sobre el cine, los efectos especiales y sus posibles acoples. El inicio, cuando un semi dios tiene que desentumecer su brazo mientras un monstruo en llamas corre a la par suyo, lo deja bien claro.