Fuera de Satán

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un paisaje del norte de Francia. Personajes de los que no conoceremos el nombre. Un hombre como eje central. Una película de desarrollo enigmático, de profunda y reposada seguridad en la mirada: una película firmada por un autor cabal del cine contemporáneo, que desde la áspera y extrañamente bella La vida de Jesús (1997) hace un cine personal: una lectura y una respuesta (o una pregunta, o una serie de ellas) particulares al cine y al mundo.Dumont ha trabajado sobre esa zona de Francia en casi todas sus películas (la más discutida, Twentynine Palms, estaba filmada en California) y un particular sentido de lo religioso se percibe -o flota, podríamos decir, con implicancias y anclajes diversos- en su cine.

Fuera de Satán presenta a un hombre y una mujer en una zona rural, en las afueras de un pequeño caserío, y se nos va revelando que tienen un plan. La primera secuencia termina con la consecución de ese plan, seca y brutalmente. Esa primera secuencia es impactante, fluida, de una precisión y una economía narrativa admirables. Ese modo narrativo se repetirá en la secuencia final, de signo opuesto, que deja en claro que Dumont controla las riendas, el sentido, la potencia del relato a pesar de la sensación de deriva, de laxitud, de desvíos que inundan toda la extensa "zona media" de la película. Durante ese segmento, para algunos espectadores la película será confusa, de tiempo estirado, un viaje a ninguna parte; otros, más entrenados en el cine de Dumont, tal vez con experiencias con el cine de Robert Bresson y/o el de Carl Theodor Dreyer, aquellos más habituados a entregarse a propuestas alejadas del relato convencional disfrutarán de los sucesos enigmáticos y de la ascética espectacularidad de la estética del director. Parece contradictoria esta descripción, pero los elementos esenciales (tierra, aire, agua y fuego) son dispuestos por Dumont en encuadres de áspera belleza, que llega a ser majestuosa sin adornos, con una armonía que alberga seres de simplicidad amenazante, de una inocencia tal vez peligrosa, tal vez milagrosa.

Esas grietas, esas aparentes contradicciones, son puestas en escena, por ejemplo, en la copiosa lluvia con sol, en ese fuego cercano que no quema y en ese fuego lejano que es un horizonte de amenaza. O son rarificadas en esos aparentes exorcismos sexuales (fuera de Satán y fuera Satán), en esas dudas que nos inundan, en esos rodeos para mostrar a este santo sucio de mirada cristalina (otra duda: ¿el protagonista no tiene algo del cine de Buñuel?). Ahí, en esos pliegues, se asoman el temor y el temblor -incluso el extrañísimo humor que algunos espectadores han percibido- del arte de Dumont, un director con personalidad que sabe que remitir a Dreyer no es trabajar con literalidad sino con rodeos, como éstos que nos brinda en Fuera de Satán , en sus parajes y en sus personajes un poco fuera del mundo y un poco sus reflejos esmerilados, que encuentran y proveen tanto violencia, maldad y tontería como cuidado, amor y altruismo.