Familia sumergida

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Fantasmas en las cortinas

La muerte de su hermana Rina sume a Marcela (Mercedes Moran) en una ensoñación embotada y extraviada en un duelo demasiado doloroso como para no alborotar la monotonía de su vida familiar cotidiana y encaminarla hacia su inconsciente y los recuerdos de su familia.

La ópera prima de la actriz María Alché como directora, Familia Sumergida (2018), retrata la vulnerabilidad de una mujer adulta ante la muerte de un ser querido, abriendo por primera vez la puerta a la comprensión de la propia mortalidad. Esta visión genera un extrañamiento respecto del mundo, desatando recuerdos oníricos que se confunden con la realidad.

Con un guión propio, Alché crea una historia sobre la familia, los recuerdos perdidos que se encuentran en las fotos, los libros, las prendas y los lugares combinando las teorías del filósofo francés Henri Bergson llevadas a la literatura por Marcel Proust con un estilo cinematográfico similar al de Lucrecia Martel, quien la dirigió como actriz en La Niña Santa (2004), su primera incursión en el cine.

Marcela entra en un trance ante la necesidad de vaciar la casa de su hermana fallecida y deshacerse de sus cosas mientras sus hijos y su esposo siguen con su vida sin pensar demasiado en Marcela o en su familiar fenecido. La ayuda de un amigo de su hija, apesadumbrado por la cancelación de la posibilidad de un trabajo en el exterior que lo deja a la deriva y sin un proyecto, alivia el dolor y la lleva a distenderse un poco, olvidándose de sus obligaciones, de su hermana y de su familia, al menos por un tiempo, compartiendo gratos momentos en un limbo de dos. Pero su familia parece no notar siquiera su ausencia ni su distancia, sus sentimientos melancólicos o su necesidad de escapar de la rutina de un verano inusual y confuso.

Los recuerdos se erigen como la base del film de Alché, tanto a nivel de los momentos íntimos que Marcela edifica con sus hijos o con su joven amigo, como los recuerdos que rememora en las tertulias con sus tías y demás familiares, cargando esas escenas de una gran intensidad emotiva que se apodera de los personajes y de la cámara. En este sentido, las extraordinarias actuaciones de todo el elenco liderado por Mercedes Morán, que incluye a Esteban Bigliardi, Marcelo Subiotto, Ia Arteta, Laila Maltz, Federico Sack, Diego Velázquez y Claudia Cantero, dan cuenta de un trabajo muy logrado de creación de la esfera hogareña.

Familia Sumergida se destaca también por una extraordinaria fotografía soñadora a cargo de Hélène Louvart, responsable de Pina (2011), uno de los grandes documentales de Wim Wenders, y Las Maravillas (Le Meraviglie, 2014), el poético film de Alice Rohrwacher. Las imágenes captan la desesperación ante la imposibilidad de encontrar una salida a la mortalidad y la añoranza de otras épocas, donde toda la familia se reunía para realizar un ritual cálido y entrañable que quedaba en la memoria emocional como un recuerdo imborrable. La ecléctica música de Luciano Azzigotti también aporta al clima nostálgico y alucinatorio de Familia Sumergida, un film en el que los recuerdos y la intimidad cambian de formas para ofrecer al espectador grados y valores sobre la institución familiar.