Evil dead: el despertar

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Mamá está con los gusanos

La franquicia Evil Dead abarca en primera instancia la trilogía original dirigida por Sam Raimi y protagonizada por Bruce Campbell en el rol de Ash Williams, léase Diabólico (The Evil Dead, 1981), Noche Alucinante (Evil Dead II, 1987) y El Ejército de las Tinieblas (Army of Darkness, 1992), la segunda sin duda la mejor del lote y las otras dos asimismo muy disfrutables, combo a su vez precedido por un corto muy poco conocido incluso entre la fauna cinéfila que se dice devota, Dentro del Bosque (Within the Woods, 1978), primera verdadera incursión del equipo de Raimi y Campbell en el satanismo bucólico polirubro, y en segundo lugar vienen el excelente y algo tardío reboot Posesión Infernal (Evil Dead, 2013), del uruguayo Fede Álvarez, y la simpática serie Ash vs. Evil Dead (2015-2018), desarrollada a lo largo de tres temporadas para Starz por Tom Spezialy, el chiflado de Sam y su hermano mayor Ivan Raimi, por supuesto con Campbell regresando como Williams. Evil Dead: El Despertar (Evil Dead Rise, 2023), nuevo capítulo de la retahíla del espanto que se propone independiente pero retoma a nivel conceptual lo hecho por Álvarez en Posesión Infernal, es el segundo largometraje del cineasta irlandés Lee Cronin, aquel de la interesante y remotamente similar El Bosque Maldito (The Hole in the Ground, 2019), esa cruza entre La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel, La Mala Semilla (The Bad Seed, 1956), de Mervyn LeRoy, El Otro (The Other, 1972), de Robert Mulligan, El Resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick, y The Babadook (2014), gran obra de Jennifer Kent acerca de la histeria familiar.

Cronin, que también participó con un segmento titulado Tren Fantasma (Ghost Train) en la antología Minutos Después de la Medianoche (Minutes Past Midnight, 2016), de la que además formaron parte otros ocho realizadores, aquí recupera latiguillos históricos de la franquicia como el aislamiento, el pulso narrativo furioso, la posesión del ser querido, la andanada de víctimas, el gore a caudales, los travellings subjetivos desde el punto de vista de los demonios y por supuesto un volumen literario eternamente maldito que desencadena nuestra masacre, hablamos del tenebroso Naturom Demonto alias El Libro de los Muertos alias Necronomicon Ex-Mortis alias simplemente el Necronomicón, inmemorial grimorio creado por H.P. Lovecraft, no obstante vale aclarar que el director y guionista deja de lado el tono cómico desaforado de la trilogía original y de Ash vs. Evil Dead y opta en cambio por recuperar aquella maternidad más que conflictuada de su ópera prima aunque en esta ocasión invirtiendo la polaridad envilecida porque si en El Bosque Maldito era la madre, Sarah O’Neill (Seána Kerslake), la que debía padecer a su hijito a priori inocentón, Chris (James Quinn Markey), hoy es la “progenitora estrella” la que se convierte en un juguete de las fuerzas maléficas que van más allá de su control, la horrorosa Ellie (Alyssa Sutherland), quien en pantalla se enfrenta a su hermana menor, Beth (Lily Sullivan): mientras que la primera acumula en su haber nada menos que tres críos, los adolescentes Bridget (Gabrielle Echols) y Danny (Morgan Davies) y la jovencita Kassie (Nell Fisher), la segunda es una embarazada primeriza que acaba de enterarse de la situación, por cierto para nada buscada.

A posteriori de un típico prólogo de la saga con el travelling marca registrada en medio del bosque y una cabaña ocupada por tres burgueses de vacaciones que conocen a la parca de primera mano, Teresa (Mirabai Pease), Caleb (Richard Crouchley) y Jessica (Anna-Maree Thomas), Cronin incorpora la única verdadera novedad con respecto al canon de siempre moviendo la acción a una coyuntura metropolitana, específicamente a Los Ángeles y un día antes a la carnicería introductoria, para volver a sopesar los sacrificios de la maternidad -y las pesadillas que esconden- mediante primero la “mamá gallina” en crisis, esa Ellie que se separó de su marido y debe abandonar su departamento en un edificio derruido que para colmo padece un terremoto de mediana intensidad, y segundo su opuesto exacto o espejo invertido, una Beth que trabaja de “técnica de guitarras” -léase plomo o roadie- para bandas de rock y ve caerse su mundo cuando debe hacerse cargo no sólo del hijo que lleva en su vientre sino de los tres de su hermana porque efectivamente la señora termina poseída por los espíritus malévolos que todos conocemos de sobra cuando Danny se mete en un agujero en el estacionamiento, fruto del temblor, y rescata de una misteriosa bóveda subterránea tres vinilos y el mentado Naturom Demonto, combinación que resulta mortal debido a que el libro pronto se abre con unas gotitas accidentales de sangre, revelando una colección de dibujos de simpáticas atrocidades, y las grabaciones de hecho abarcan la lectura de pasajes por parte de una figura religiosa que invoca la debacle y provoca el contagio general entre todos los habitantes del edificio, con Beth ocupando el lugar de la “final girl” de la odisea.

Sinceramente Evil Dead: El Despertar no es una maravilla del cine de género ni mucho menos aunque cumple bastante bien en eso de seguir el ejemplo del aggiornamiento modelo Álvarez con la meta de privilegiar los litros y litros de sangre por sobre el otro componente central de la trilogía primigenia, la comedia caricaturesca y fantástica símil Looney Tunes, sustrato delirante que se extraña pero tampoco se puede desconocer el hecho de que en manos menos capaces -o con menos cariño hacia la saga en sí- toda la faena podría mutar en una catarata de chistecitos para necios o descerebrados en línea con Marvel o Disney o los productos inofensivos para púberes. Cronin, de todos modos, compensa la ausencia de aquella magia neurótica del primer Raimi a través del surrealismo tácito en lo que atañe al acecho de los demonios, sus frasecitas irónicas y la seguidilla de asesinatos o cuerpos mancillados, un planteo que en el cine del Siglo XXI resulta muy bienvenido porque agrega un poco de vitalidad a un horror sobrenatural pauperizado que vive girando alrededor de fantasmas, exorcismos y una acepción muy burda y solemne de estos mismos posesos en cadena, siempre cercanos a unos zombies potenciados. Las actuaciones dejan bastante que desear pero el clima de angustia familiar salva las papas al igual que la movida ideológica de cargarse a los dos wokes lelos del relato, la lesbiana feminazi de Bridget y el pollerudo andrógino de Danny, amén de un homenaje al ascensor sangriento de El Resplandor y la presencia de un monstruo final heterogéneo -conformado por partes de los cadáveres con vida- que recuerda a las bellas criaturas que nos regalaron Stuart Gordon y Brian Yuzna…