Eva no duerme

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un cuerpo que es historia

Pablo Agüero (Salamandra, 77 Doronship, Madres de los dioses) presenta, con Eva no duerme, una película singular, osada. Porque éste no es un film histórico. O no es sólo histórico. O, mejor, toma la historia como centro fantasmagórico. Más específicamente, el derrotero del cadáver de Eva Perón desde el masivo funeral, el embalsamador español Pero Ara, el robo, el traslado, las disputas y la desaparición del cuerpo, Aramburu, los Montoneros, Massera, la recuperación e imágenes de archivo de veneración, de bombardeos, de muertos, de multitudes, de Isabel y López Rega.

Agüero abarca mucho: décadas de historia argentina, amores, odios, obsesiones, pasiones, locuras, fanatismos. En algunos momentos finales se pone por encima del material en términos enfáticos (algunas líneas de ese gran actor de cine que es Daniel Fanego), en otros del comienzo apuesta a una iluminación fantástica como la que había en el Gatica de Favio, y en el segmento del medio, el del traslado, juega a usar al francés Denis Lavant como el teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig. No sólo a usarlo, sino sobre todo a aprovechar su presencia loca, un poco demoníaca, físicamente intrigante para sostener la confirmación de la fragmentación del relato: las órdenes militares sobre el operativo profanador y la extensa interacción con un soldado ponen un freno y dejan en claro que las formas narrativas no serán estables. Lavant, actor de Leos Carax, de Claire Denis, es lo más disonante de la película. Pero esa disonancia no es necesariamente un defecto, sino -de un modo paradójico- una continuidad fascinante: la película no hace sistema, o hace sistema frankensteiniano.

Gael García Bernal como Massera enmarca este film de clima opresivo con más nocturnidad y más tinieblas, tal vez con demasiado regodeo en los textos, pero con una escenificación convencida. Eva no duerme es una película mutante, pero no una de estética dubitativa, y la solidez del trabajo sonoro y de la luz lo reafirman. En cada una de sus metamorfosis, incluso en el segmento lamentablemente más teatral, el del secuestro, se la nota convencida. Sus vaivenes y sus derivas quizá la conviertan en un objeto frágil, pero abierto: uno de esos que para acercarse a un mito -o a varios- prefieren desarmarse para dejar entrar lo inasible y también lo ominoso.