Están todos bien

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Tan tano, tan yanqui

Muchas películas se conciben hacia el exterior, para un público determinado, aunque den la impresión de ser forjadas desde dentro de los personajes. Su aparente espontaneidad y frescura es un disfraz, porque son en verdad construidas a partir de estereotipos y convenciones establecidas sobre un determinado ser nacional, que puede ser trasladado fácilmente y convertido en un ser global. De ahí que muchas veces tengan éxito no sólo en sus países de origen, sino que también generen empatía –o simpatía- en espectadores de otras nacionalidades.

Hay muchos filmes que calzan en ese modelo. El hijo de la novia o Luna de Avellaneda en la Argentina; Estación Central o Ciudad de Dios en Brasil; Mar adentro o Todo sobre mi madre por parte de España. A buena parte de la filmografía de Ettore Scola puede colocársela en ese grupo, con obras muy representativas como Cinema Paradiso, Malena o Stanno Tutti bene.

Están todos bien es la remake de ésta última, y bien que se le nota. En este relato están presentes todos los rasgos de esa pretendida universalidad, ese cine que teóricamente nos refleja a todos, pero que en verdad no expresa a nadie, el cine de la no identidad. Son productos que accionan desde lo políticamente correcto. Pero lo políticamente correcto no deja de contener prejuicios y esquematismos, sólo que avalados por una sociedad que lo que menos reclama es profundidad en el análisis.

Dentro de este panorama, tenemos a un Robert De Niro correcto y moderado en su actuación, en un papel que daba para unos cuantos tics. Lo mismo se puede decir de Sam Rockwell, Drew Barrymore y hasta Kate Beckinsale, en papeles carentes de hondura, a pesar de la supuesta importancia que poseen sus roles.

La dirección de Kirk Jones (quien supo darle fluidez a un relato infantil como La nana mágica) es en piloto automático e incurre en desniveles llamativos, como ese pasaje que va de un diálogo agradable y sin estridencias entre De Niro y la camionera que interpreta la nominada al Oscar Melissa Leo, a una secuencia de un asalto totalmente arbitraria, destinada, por sus efectos, a buscar la lástima y las lágrimas de los espectadores.

Están todos bien busca durante todo su metraje apretar los botoncitos adecuados. Pero el cine no se trata de eso. Tanta mecánica, cálculo y falta de riesgo muchas veces termina entregando productos desabridos, sin alma. Y ningún botoncito te salva de eso.