Escobar: Paraiso perdido

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

El narcoterrorismo y sus alrededores

El fllm de Andrea Di Stefano busca mostrar a Escobar como personaje periférico al conflicto central que se narra en la historia donde un canadiense conoce por casualidad al jefe narco en Medellín. Denuncia de trazo grueso.

Desde la muerte de Pablo Escobar (diciembre de 1993) surgieron libros, ensayos, notas periodísticas, películas, series y narcoculebrones como el exitoso, en el plano rating, emitido por canal 9 durante el verano pasado, El patrón del mal.
Escobar aun vende bien debido a sus contactos, excesos, arrogancia, encumbramiento, ocaso y caída de un personaje difícil de definir en cuatro o cinco trazos. Era de esperar, por lo tanto, que apareciera una coproducción (decisión temible) como Escobar: paraíso perdido, concebida por un actor italiano de prestigio emprendiendo su ópera prima, una buena inversión de dinero y una estrella actoral en la piel de ese todopoderoso emperador de Colombia y de otros países aledaños y lejanos. Las opciones eran varias: meterse en la piel del personaje y sus negocios, analizar sus contactos con Estados Unidos, hacer un biopic convencional o, entre otras posibilidades, exhibir a aquel dueño y señor como el Mal en persona. Andrea Di Stefano se dirigió a una zona curiosa: tomar a Escobar como personaje periférico al conflicto central, articulado desde otras miradas y situaciones que al inicio del film sólo bordean al famoso narcotraficante ultra millonario. De allí que aparezca un grupito de canadienses onda hippie setentista, fanáticos del surf y recién arribados a una playa cerca de Medellín. El nexo se produce cuando uno de ellos, Nick (Hutcherson, poca ductilidad actoral) conoce a María (Traisac, una chica linda), sobrina de Pablo Escobar (Del Toro). En ese momento, la película se corre de “Baywatch” a una zona difusa en sus implicancias narrativas, que oscilan entre un romance adolescente en parajes paradisíacos y un film de denuncia de trazo grueso que parece planificado por la CIA en los años de Reagan. Esa indecisión temática de Escobar: paraíso perdido, que hasta omite cualquier referencia a sus sutiles relaciones con Estados Unidos, convierte a la película en una trama de buenos y malos, inocentes y culpables, personajes inocentes y otros que merecen la condena inmediata. Sin embargo, cuatro o cinco momentos visuales, ajenos a un guión que parece escrito a las apuradas, se manifiestan como un punto a favor de film, en especial, cuando se describe por medio de planos generales a ese edén merquero y sexual con algunas escenas que recuerdan a Carlito’s Way de Brian De Palma. El otro acierto, pese a que se trata de una historia centrada en los alrededores que construyeron la leyenda, es la sólida caracterización de Del Toro. Ya personificó al Che, ahora Escobar, ¿se vendrá el comandante Chávez con el camaleónico Benicio?