Escalofríos

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Escalofríos, la nueva película protagonizada por Jack Black, es una historia de aventuras sobre el miedo a la soledad y al poder de la imaginación.

No es posible saber qué sería del cine mainstream de Hollywood sin la Poética de Aristóteles. Pero lo que sí se sabe es que le debe mucho. Ese tratado no hizo más que servirle en bandeja la forma en la que se tiene que contar una historia. Es inconcebible hacer un producto para chicos que no contenga la santísima trinidad del relato clásico: principio, nudo y desenlace. Y si a esto se le agrega un actor estrella, efectos especiales, un director que tenga un mínimo sentido de la aventura y el suspenso y el humor, el éxito está asegurado.

Escalofríos, la nueva película protagonizada por Jack Black, basada en la serie homónima de libros para niños escrita por R. L. Stine, no sólo respeta a rajatabla estos tres actos de la narración lineal sino que intenta ser una suerte de oda fantástica de la enseñanza de Aristóteles. Zach (Dylan Minnette) es un adolescente que llega con su madre a la ciudad de Madison para empezar una nueva vida. Ella es profesora y se integra como docente en el mismo colegio donde cursará su hijo. Apenas llegan a la casa donde van a vivir, Zach conoce a sus nuevos y misteriosos vecinos: R.L. Stine (Jack Black) y Hannah (Odeya Rush).

Lo que Zach no entiende es por qué el padre de Hannah, una niña de su misma edad, no la deja salir ni tener amigos. En el primer encontronazo que tienen, Stine le prohíbe a Zach que se acerque a ellos, advirtiéndole del peligro que implica cruzar la reja que los separa como vecinos.

Tras una confusión con la policía, el muchacho decide entrar a la casa de los vecinos raros con un chico del colegio que acaba de conocer, Champ (Ryan Lee), quien será el compañero de aventuras de Zach. La misión es ver por qué tanto misterio y reserva.

El asombro de los jóvenes se produce cuando descubren la extraña biblioteca de Stine, con libros con títulos de novelas infantiles y cerradas con llave. Hasta que uno comete el error de abrir un libro. A partir de ahí, Escalofríos se convierte en una mezcla de Jumanji con Los secretos de Harry, de Woody Allen, en donde la fantasía literaria del autor interactuando con sus personajes se hace presente.

Monstruos y criaturas que eran reales sólo para Stine cobran vida. Es que de niño, el escritor sufrió una alergia que lo postró en una cama, haciéndolo víctima del bullying de sus pares. Para no estar solo y vengarse del mundo que lo rodeaba, Stine empezó a crear todo tipo de personajes entre espeluznantes y creepy. En el fondo, Escalofríos es una película sobre el miedo a la soledad y sobre el poder de la imaginación.

El truco de la película consiste en generar la expectativa del próximo monstruo por aparecer. Va mostrando uno por uno a sus personajes, y siempre el próxima genera más sorpresa.

El personaje de Black dice en un momento que una buena historia tiene que tener un principio, un clímax y un desenlace, pero también giros, enredos y sustos que provoquen escalofríos, porque de esa forma no aburrirá y tendrá tensión, drama y pasión. El problema es que la película por momentos tiene dificultades para cumplir con esos requisitos.