Errantes

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Errantes, siendo un documental, tiene una visión sobre la marginalidad bastante más interesante y matizada que muchas ficciones como Elefante blanco. A diferencia de la película de Pablo Trapero, donde los pobres deben ser conducidos por gente que viene de afuera, en Errantes son los propios habitantes del asentamiento La lechería, ubicado entre La Paternal y Villa del Parque, los que se preparan y ponen en marcha. Las escenas en las que se filman las reuniones de la cooperativa de vivienda son impactantes: los mismos vecinos llevan adelante todo lo relacionado con gastos, trámites o cuestiones legales, y los encargados de la organización se muestran combativos pero respetuosos, siempre expeditivos e intentando transmitir lo más claramente posible el estado de cosas a los habitantes. El objetivo principal es uno: después de años de pelear para conseguir que el gobierno les ceda un terreno en el barrio de Mataderos, hay que planificar y concretar la construcción del nuevo complejo y el traslado. No esperen ver aquí un retrato triste y apagado de la pobreza, porque la gente que vive en La lechería, incluso con la enorme cantidad de problemas de toda índole a la que debe enfrentarse día a día (entre ellos, un desalojo inminente y una mudanza imposible) se comporta de manera enérgica, no para de hacer cosas, y algunos hasta parecen poder darse el lujo de estar de buen humor.

La comparación con la imagen de la miseria más frecuente no es ociosa porque ahí radica buena parte del atractivo y la lucidez de Errantes. Así, otro estereotipo que falta, también, es el del adicto: al alcohol, a las drogas, al juego. En la precariedad habitacional de La lechería parece no haber oportunidad para entregarse a esas miserias, y la cámara en ningún momento encuentra la sordidez que caracteriza a mucho cine con ínfulas de radiografía social. Lo que hay, en cambio, es mucha escasez y pobreza, pero también mucho empuje y deseos de progresar; es como si los vecinos estuvieran demasiado preocupados por mejorar su calidad de vida y no encontraran el tiempo suficiente para detenerse en los detalles más terribles de su cotidianidad. No resulta tan raro, entonces, que el lugar del sufriente lo ocupe una sola persona; una, justamente, que ya no puede moverse como los demás, que no puede seguirles el paso en la rutina de todos los días. Se trata de alguien que, debido a un accidente, perdió una pierna y está en una silla de ruedas; su relato es menos acerca de los dolores de la pobreza que una historia trágica: sufre un accidente, su mujer lo abandona con cinco hijos, él se establece en La lechería, se encarga de la educación de de su familia y trata de reconstruir su vida.

Otra diferencia fundamental se da en relación con esa vieja idea de las clases marginales como víctimas irremediables de una clase gobernante ajena a sus reclamos. Claro que Errantes es un llamado de atención a la política y a los que la ejercen, a un Estado que se ocupa mal y a destiempo de sus miembros más desprotegidos, a un aparato burocrático que le complica la vida a las personas a veces de manera innecesaria y hasta ridícula (el desalojo se realiza antes de terminada la mudanza). Pero los directores no proponen un esquema de buenos y villanos sino que, a riesgo de ser tachados de incorrectos, dicen que a veces el peor enemigo no es un gobernante, un empresario o un rico (en cine, los típicos culpables de las penurias de los sectores carenciados) sino el propio vecino, alguien similar, uno que, podría pensarse, es parecido pero que exhibe un odio y una intolerancia que lo distancian y que impresionan por su virulencia. A punto de recibir al contingente presto a mudarse proveniente de La lechería, el recelo y la inquietud de los vecinos de Mataderos puede resultar comprensible, pero no así sus actitudes violentas (agreden a piedrazos a los trabajadores de la construcción) ni su discurso que criminaliza al pobre automáticamente y sin reparos, como lo haría el peor de los reaccionarios. Errantes se corre de muchos de los lugares comunes más gastados que surgen cuando se quiere hablar de marginalidad, y lo hace, sobre todo, cuando le da voz a una turba de vecinos que acaba siendo más perjudicial para el grupo protagónico que la corrupción y la ineficacia estatales.