Érase una vez un genio

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Emboscada por la fantasía

Tres Mil Años Esperándote (Three Thousand Years of Longing, 2022), la última película del querido George Miller, es un trabajo un tanto agridulce porque se engloba en el gremio de muchas otras realizaciones similares que han tratado desde la fantasía los tópicos del amor entre los seres humanos, la melancolía que las experiencias vividas dejan en la mente y el placer que generan los relatos cual sustrato visceral del alma que reclama ficciones aleccionadoras o por lo menos ilustrativas de la realidad que nos rodea, pulsión de ansias narrativas que se remonta a la infancia de los sujetos, su siempre accidentada educación y los primeros contactos en general con un mundo que ya nos vino formateado así como está y nosotros no elegimos. Al igual que Las Brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, 1987), Un Milagro para Lorenzo (Lorenzo’s Oil, 1992), Babe: El Chanchito en la Ciudad (Babe: Pig in the City, 1998), Happy Feet (2006) y Happy Feet 2 (Happy Feet Two, 2011), amén del episodio Pesadilla a 20.000 Pies (Nightmare at 20.000 Feet) de la propuesta colectiva Al Filo de la Realidad (Twilight Zone: The Movie, 1983), codirigida junto a Joe Dante, Steven Spielberg y John Landis, adaptación de la mítica serie de TV de Rod Serling, La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), a Tres Mil Años Esperándote le toca la incómoda condición de ser un “no capítulo” de la saga que llevó al poco prolífico director y guionista australiano a la fama, aquella de Mad Max (1979), Mad Max 2: El Guerrero de la Carretera (Mad Max 2: The Road Warrior, 1981), Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max: Beyond Thunderdome, 1985) y Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), y asimismo se puede aseverar que se ubica al mismo nivel de Happy Feet 2 como la más floja de la producción artística de Miller, lo que tampoco es del todo negativo porque la mediocridad del señor es el buen nivel de la gran mayoría de sus colegas contemporáneos filmando en el espantoso mainstream anglosajón.

El guión de Miller y Augusta Gore, basado en el cuento El Djinn en el Ojo del Ruiseñor (The Djinn in the Nightingale’s Eye, 1994), de A.S. Byatt, escritora británica que ya había sido adaptada vía las olvidables Ángeles e Insectos (Angels and Insects, 1995), de Philip Haas, y Posesión (Possession, 2002), de Neil LaBute, comienza con el viaje a Estambul de una narratóloga inglesa, solitaria y delirante, Alithea Binnie (Tilda Swinton), para dar una conferencia invitada por el Profesor Günhan (Erdil Yasaroglu), lo que genera algunos momentos un tanto bizarros porque la mujer suele experimentar alucinaciones alrededor de figuras demoníacas que la protagonista interpreta como “emboscadas” a instancias de su imaginación para que se mantenga alerta y no sea complaciente. Recorriendo un bazar de la ciudad Alithea encuentra una botella antigua que eventualmente destapa en su habitación de hotel y así libera a un Djinn (el perfecto Idris Elba) que se ofrece a concederle tres deseos, regalo que interpreta con desconfianza conociendo que casi todas las historias semejantes derivan en tragedia y una moraleja precautoria. Para convencerla de su honor y sus buenas intenciones, el genio le narra tres episodios que lo tuvieron como eje y que lo dejaron en su posición actual, primero su amor por la Reina de Saba (Aamito Lagum) y cómo terminó preso por la intervención de otro pretendiente, el célebre Rey Salomón (Nicolas Mouawad), segundo su breve vínculo con Gülten (Ece Yüksel), una esclava enamorada de Mustafá (Matteo Bocelli), el cual a su vez es asesinado por su padre, Solimán el Magnífico (Lachy Hulme), para así condenar al Djinn al presidio de su botella porque la ninfa embarazada también perece y los príncipes/ sultanes descendientes, Murad IV (Ogulcan Arman Uslu) e Ibrahim I (Jack Braddy), no ayudan demasiado, y tercero la historia romántica del genio con Zefir (Burcu Gölgedar), la esposa de un rico mercader a la que le brinda conocimientos frondosos y de la que no deseaba separarse, provocando que la fémina se sienta “atrapada”.

El director en todo momento mantiene el tono narrativo en la frontera entre una algarabía surrealista sutilmente grotesca y el drama nostálgico del corazón por un destino funesto que parece mofarse de las intenciones románticas del genio y sus ansias de lograr que cada humano que destapa las diferentes botellas/ prisiones logre -o se decida en serio a- pedir los tres deseos reglamentarios para liberarlo de su maldición y poder regresar al Reino de los Djinn, planteo que nos deja con una mixtura -a priori chiflada pero luego coherente- del hambre de ensoñaciones diurnas de The Fall (2006), de Tarsem Singh, esa gratificación que generan los relatos digna de la Trilogía de la Imaginación de Terry Gilliam, léase Bandidos del Tiempo (Time Bandits, 1981), Brazil (1985) y Las Aventuras del Barón Munchausen (The Adventures of Baron Munchausen, 1988), aquella estructura del cuento de hadas dentro del cuento de hadas de films como La Historia sin Fin (Die Unendliche Geschichte, 1984), de Wolfgang Petersen, En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), de Neil Jordan, La Princesa Prometida (The Princess Bride, 1987), de Rob Reiner, o la gran precursora del formato en cuestión, El Manuscrito Encontrado en Zaragoza (Rekopis Znaleziony w Saragossie, 1965), del cineasta polaco Wojciech Has, y finalmente algo del romanticismo onírico, alucinado y/ o de ciencia ficción de propuestas variopintas de influjo filosófico extasiado de principios del Siglo XXI como por ejemplo La Fuente de la Vida (The Fountain, 2006), de Darren Aronofsky, La Ciencia del Sueño (La Science des Rêves, 2006), de Michel Gondry, Todas las Vidas, mi Vida (Synecdoche, New York, 2008), de Charlie Kaufman, Sr. Nadie (Mr. Nobody, 2009), de Jaco Van Dormael, y Ella (Her, 2013), de Spike Jonze, a lo que se suma una ampulosidad ochentosa de propia cosecha símil Las Brujas de Eastwick y esas moralejas de Happy Feet y Babe: El Chanchito en la Ciudad, continuación de Babe, el Chanchito Valiente (Babe, 1995), escrita y producida por Miller.

Ahora bien, el problema fundamental de Tres Mil Años Esperándote pasa por el carácter anodino y poco simpático -tendiente a lo repetitivo o redundante- de Alithea, un personaje que hace las veces del burgués aburrido, paranoico, abúlico y falto de ambiciones más allá de respetar minuciosamente sus rutinas o seguir los rituales de su trabajo o profesión: la criatura de Swinton, quien por cierto está perfecta en lo suyo y hace lo que se le pide, por un lado está bien insertada en la historia como narradora a lo Scheherezade en Las Mil y una Noches (Alf Layla Wa-layla, Siglo IX), en esencia invirtiendo aquella movida del texto de Medio Oriente porque ella en pantalla es oyente aunque oficia de reproductora formal de los relatos del genio para nosotros porque nos narra la película, y por el otro lado no sirve al cien por ciento para ofrecer un desenlace satisfactorio porque el cuento tácito final, ese que la tiene de protagonista principal una vez que le exige al Djinn que ambos se enamoren al sentirse “tocada” por su devoción hacia la Reina de Saba y Zefir, es bastante flojo ya que se ven venir a kilómetros de distancia los dos giros moralizadores cuando la pareja viaja a la morada de ella en Londres, hablamos primero de una posmodernidad de triste dependencia tecnológica que enferma al genio, a raíz de las constantes transmisiones satelitales de la metrópoli que atentan contra su fisiología fantástica, y segundo del marco de por sí forzado, caprichoso y patético del supuesto afecto entre ambos, no surgido de una convivencia o una atracción o siquiera una “química” natural sino producto del deseo de Binnie, movida que desde ya enfatiza la ausencia de paciencia, sabiduría y mesura de nuestra contemporaneidad por un hedonismo que entroniza a los antojos y a la voluntad individual automatizada como los únicos horizontes válidos a la hora de relacionarse con el prójimo. Si bien esta denuncia de la autoindulgencia y saturación informativa resulta interesante, el apenas correcto opus de Miller no logra despegarse del todo de diversas odiseas semejantes y mucho mejores…