Entre navajas y secretos

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Fragmentos de la verdad

El director y guionista Rian Johnson en Entre Navajas y Secretos (Knives Out, 2019) regresa al mejor nivel artístico de su carrera, aquel de Brick (2005) y Looper (2012), dos exponentes del neo film noir que se disfrazaban de drama púber y ciencia ficción respectivamente, lo que también implica que el señor se aleja de las bastante fallidas Los Estafadores (The Brothers Bloom, 2008) y Star Wars: Los Últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017), la primera un proyecto personal y la segunda un mega encargo de la Walt Disney Pictures: aquí retoma en general uno de los engranajes narrativos más antiguos de las novelas, las películas y las puestas teatrales de misterio, el llamado Whodunit (“¿Quién lo ha hecho?”), y en particular las comedias detectivescas en la tradición de Crimen por Muerte (Murder by Death, 1976), Trampa Mortal (Deathtrap, 1982) y sobre todo Clue (1985), odiseas que se ubicaban a mitad de camino entre el homenaje cariñoso a Agatha Christie y la estructura macro de ¿Quién Mató a Harry? (The Trouble with Harry, 1955).

El catalizador narrativo es el hallazgo de Harlan Thrombey (Christopher Plummer), un rico novelista especializado en relatos policiales, con la garganta cortada en lo que parece ser un suicidio en su mansión, circunstancia que deriva en una serie de entrevistas a su familia por parte de dos oficiales, Elliott (LaKeith Stanfield) y Wagner (Noah Segan), y un detective privado llamado Benoit Blanc (Daniel Craig), un personaje tan sagaz como bizarro. En un inicio los principales sospechosos de haber matado al señor son Richard Drysdale (Don Johnson), yerno de Harlan y esposo de su hija mayor Linda (Jamie Lee Curtis), quien engañaba a su mujer y había sido descubierto por el anciano, Joni (Toni Collette), la nuera de Thrombey y esposa de su hijo fallecido, Neil, la cual le robó 400 mil dólares destinados a la educación de su retoño, Megan (Katherine Langford), y finalmente Walter (Michael Shannon), el hijo menor de Harlan, quien fue despedido de la editorial de su padre durante los momentos previos a su fallecimiento, en la fiesta de la parentela por su cumpleaños 85.

El punto fuerte de la película funciona también como su mayor debilidad, léase la decisión de Johnson de revelar muy pronto -luego de la primera media hora de un metraje total de 130 minutos- lo que ocurrió y la responsable del asunto, nada menos que su enfermera personal uruguaya Marta Cabrera (Ana de Armas), quien le inyectó accidentalmente 100 miligramos de morfina y así desencadenó que Thrombey por protegerla a ella y a su madre indocumentada (Marlene Forte) pergeñe un complejo plan para exculparla y maquillar el “problemilla” como un suicidio, a sabiendas de que la dosis administrada es mortal. La vuelta de tuerca de turno, que por cierto de original no tiene nada y ya ha sido utilizada en incontables ocasiones, deja muy expuesto a Johnson en lo que atañe a su destreza como narrador para levantar una trama en donde gran parte de las circunstancias del crimen están sobre la mesa, entregándonos luego un desarrollo vinculado a los esfuerzos de Cabrera para no ser atrapada por Blanc y al enigma de quién es el verdadero culpable en las sombras.

Por suerte Johnson no pasa vergüenza en función de su sutil autosabotaje, en esencia una resolución que le quita mística a la incógnita de fondo pero posibilita que el film salga del clásico ambiente cerrado de los Whodunit -en este caso la mansión del finado- con el objetivo manifiesto de incluir una subtrama de chantaje sobre Marta que por supuesto está homologada a su condición de ingenua/ inocente sobrepasada por la situación y obligada a nadar en una pileta repleta de tiburones con la insignia Thrombey, entre los que también encontramos a Hugh “Ransom” Drysdale (Chris Evans), el nieto de Harlan e hijo de Linda y Richard, un playboy de lo más egoísta y pedante. Luego del primer acto el realizador y guionista vuelca todo el andamiaje retórico hacia el personaje de Ana de Armas y juega largo y tendido con su imposibilidad de mentir (si lo hace vomita, lo que desde ya agrega una dimensión psicosomática a su supuesta pureza intrínseca) y con su carácter de heredera universal del anciano (provocando que la familia en su conjunto la señale como homicida).

La mayoría de los diálogos son astutos y certeros y el ritmo jamás se estanca en escenas superfluas o instantes tontos que no suman al retrato de los personajes y sus motivaciones, siendo de especial interés el hecho de que el sustrato cómico está bastante contenido ya que tiende a evitar las caricaturas y opta en cambio por una ironía relacionada con la mezquindad, el maquiavelismo y la generosa hipocresía del clan. En este sentido, Johnson se sirve de su perspicacia y de una puesta en escena minimalista para enfatizar una y otra vez que muchas veces la familia consanguínea puede ser una pesadilla -o unas sanguijuelas, como en este caso- y que lo que verdaderamente se debe rescatar son los amigos, los afectos y las personas de confianza, sobre todo unos marginados sociales hoy vinculados a los inmigrantes. Sin llegar a ser la maravilla que prometía su genial elenco, Entre Navajas y Secretos es un muy buen representante de ese suspenso sardónico de impronta retro que sabe acumular los distintos fragmentos de la verdad hasta que la gran torre está completa…