Entre dos mundos

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Entre la fe y la pasión

La película israelí enfrenta a personajes con distintas religiones. Se puede ver en el Cine Arte Córdoba hasta el domingo.

Un atentado terrorista sacude el centro de Jerusalén. Una joven mujer corre para ver a una de las víctimas. Otra mujer un poco mayor hace lo mismo. Ambas se cruzan en el hospital, se hablan cuando coinciden en la habitación donde se encuentra el paciente en estado de coma. Una es la novia del muchacho, la otra es la madre religiosa. Así empieza Entre dos mundos, la ópera prima de Miya Hatav que se suma a la imperceptible lista de películas israelíes que se estrenan en salas locales (la última fue Una semana y un día).

En un principio, la joven Amal no se anima a presentarse como la novia árabe porque los padres del joven Oliel son religiosos ortodoxos y jamás aceptarían una relación así. La religión es un problema insondable, sobre todo en medio oriente, donde el valor que se le da a la vida está completamente ligado a la idea de un paraíso en el más allá, a una salvación post mortem.

Pronto descubriremos que el joven había dejado de hablar a su familia y que el motivo fue la estricta religión de sus padres, sobre todo del padre, el más religioso de la familia, el que sigue al pie de la letra lo que dice la Torá. Así queda planteada la gran división entre padres e hijos, las dos maneras de ver y entender la vida: el mundo de hebreos y de laicos.

Lo interesante de la película es cómo su directora articula toda la historia alrededor del cuerpo de Oliel, que funciona como el eje moral alrededor del cual giran las disputas religiosas, culturales y políticas, y donde los personajes comienzan a conocerse y a reconocerse en el otro, mientras aprenden sobre la verdad, la fe, la comprensión y el amor.

La escena del baile en la habitación del hospital entre las dos mujeres, la novia y la madre, condesa todo el propósito del filme, todo su espíritu e intención. Es ese momento feliz donde se percibe la postura de la directora, que deja en claro que es la libertad la que debería regir la vida de los personajes y no las religiones.

La singularidad formal de Entre dos mundos es que la cámara sigue a los personajes en su estadía en el hospital con una minuciosidad casi maniática, mientras en algún doble fondo del filme se acumula una tensión que recién estallará al final. Pero es justamente ese modo de filmar y de contar la historia lo que provoca, por momentos, el aburrimiento y la distracción.