Entre dos mundos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El cine israelí sigue llegando con llamativa asiduidad a la cartelera argentina. En este caso, es el turno de la ópera prima de la joven guionista y directora Miya Hatav que confronta los diversos mundos a los que alude el título (el religioso y el laico, el de los hebreos y el de los árabes, el de los hijos y el de sus padres) con resultados bastante valiosos y una mirada inquietante sobre la sociedad de su país.

Apenas 14 días después del estreno de Una semana y un día llega otra película israelí que se suma a la larga lista de producciones de ese origen que se lanzaron durante en esta década y que incluye títulos como Medusas (se vio en 2010), Líbano (2011), Ajami (2011), Pie de página (2012), Policeman (2013), La infiel (2013), La esposa prometida (2014), Gett: El divorcio de Viviane Amsalem (2015), Mis hijos (2016) y Querido papá (2016).

Como en buena parte del cine israelí (bastante más combativo y progresista que la media de la sociedad de ese país), en Entre dos mundos se exponen las diferencias (las grietas) generacionales, religiosas, étnicas y económicas que hay en ese país.

En este debut de Miya Hatav rodado con un presupuesto reducido (250.000 euros) y en unas pocas locaciones de Jerusalén (la mayor parte transcurre en un par de habitaciones de un hospital) el conflicto central está limitado a una familia, aunque no es difícil encontrar aquí una crítica a ciertos prejuicios, miserias y represiones que dominan a buena parte de la comunidad en esa región.

La película comienza con las secuelas de un atentado terrorista. Uno de los heridos es Oliel, un joven de 25 años que salva la vida, pero queda en estado de coma. Hasta el sanatorio llegan sus padres -que no lo veían desde hacía mucho tiempo porque él había abandonado la casa familiar sin informar su nuevo paradero- y su novia Amal, una joven música de origen árabe. La chica no se anima a presentarse como tal porque los progenitores son religiosos ortodoxos y jamás aceptarían esa relación.

Con el transcurso de los días, las relaciones entre los diversos personajes que acompañan a los distintos pacientes se van intensificando (para bien o para mal), mientras salen a la luz las contradicciones, los secretos y mentiras, la culpa y los rencores, con una sensación de malestar que sobrevuela el ambiente. Una mirada bastante desoladora (sin golpes bajos aunque con algunas reiteraciones y subrayados un poco torpes) a la angustia existencial y al estado de las cosas en una sociedad en permanente tensión como la israelí.