Enterrado

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Hitchcock lo envidiaría

El catalán Rodrigo Cortés logra máxima tensión en el agobiante relato de un hombre en un ataúd...

Enterrado es la película que Alfred Hitchcock se hubiera “muerto” por filmar, de haber existido el celular -o, mejor, el BlackBerry- en su época.

Y no es exagerado. Al maestro del suspenso le intrigaba cómo generar tensión en la platea con pocos elementos, y si reconocía que mostrarle al espectador una bomba debajo de una mesa a la que luego se sentaba un personaje era el mejor clímax, tener a un hombre medio atontado, que despierta malherido y se descubre adentro de un ataúd...

El joven catalán Rodrigo Cortés, que había debutado con Concursante , con Leonardo Sbaraglia, responde algunas de las preguntas de Hitchcock con respecto a trabajar con escasos elementos.

Veamos lo que el encendedor de Paul Conroy nos permite saber que hay dentro de ese ataúd bajo tierra: además del mechero, le han dejado un BlackBerry, y una petaca. Paul es un chofer de camión, un contratista que con tal de obtener rápida ganancias trabaja para el Ejército de los EE.UU. como transportista en Irak. Hubo una emboscada de insurgentes iraquíes, y Paul no recuerda nada más.

A partir de allí, la sensación de claustrofobia irá in crescendo por una catarata de motivos que tal vez no convenga adelantar, porque hay que tener imaginación -y frondosa- para crear más y más situaciones de suspenso en un lugar tan acotado como en el que se “mueve” Paul.

A partir de las comunicaciones que Paul tiene con el mundo exterior a través de su teléfono -con los captores, con la empresa que lo contrató, con el FBI, con un especialista en toma de rehenes, e infructuosamente con su familia en Ohio- se va aireando el relato, construido para un solo personaje en un único y módico escenario.

Enterrado plantea también otras cuestiones, como la responsabilidad de quienes lo contrataron, el lavado de manos, la corrupción, la lealtad o la falta de ella. Y la fuerza necesaria de un hombre que sabe que le queda poco oxígeno y tiempo por sobrevivir, si nadie da con su lugar en la Tierra...

El desconcierto del espectador, con el correr de los minutos, también crece, y es totalmente válido que se pregunte si Paul realmente está bajo tierra en Irak -¿o lo llevaron a los Estados Unidos?-, si todo es sólo una estrategia para cobrar el rescate, si es un juego perverso, o si es una pesadilla.

Generar intriga constante es una de las varias virtudes de Cortés, quien tuvo en Ryan Reynolds a un intérprete perfecto. Si uno no se sintiera próximo a Paul, nada de lo que le sucede le importaría. Y eso es mérito del tándem actor/director.

De enterarse, Alfred Hitchcock, también en su ataúd, debería estar retorciéndose de sana envidia.