Enterrado

Crítica de Leonardo M. D’Espósito - Revista Noticias

Si usted quiere saber qué implica realmente la expresión “tour de force”, aquí está. Hay un solo actor, un solo decorado y está filmada en tiempo real. El protagonista (Ryan Reynolds) es un obrero estadounidense que trabaja en Irak. Hay un atentado y el pobre termina dentro de un ataúd, con un encendedor, un celular con poca batería y una hora y media de aire. Enterrado vivo en medio de la nada.

Sí, es una película de suspenso, y el efecto de inmersión total del espectador en lo que no deja de ser una experiencia angustiante es de una enorme precisión. Pero es, también, una forma de crítica social –y política– efectiva: todo lo malo que le pasa al personaje tiene que ver con los vicios y las taras de lo que entendemos –quizás altamente equivocados– como “civilización”. No es menester entrar en los detalles de la trama: después de todo, se trata de verdadero cine, incluso si el personaje está condenado a la inmovilidad. Por supuesto que parece una paradoja, pero el movimiento no es solamente el de un automóvil a toda velocidad por una carretera, sino también el cambio sutil en un gesto, la extinción indefectible de una batería de celular, la llama que se apaga poco a poco. El cine es un arte sobre todo del tiempo, y es justamente la angustia sobre su paso la que articula un film que, sin ser una obra maestra, nos obliga a una experiencia al mismo tiempo difícil y apasionante. Mencionemos a Ryan Reynolds: hay que ser un muy buen actor para lograr que nos identifiquemos y nos angustiemos por un personaje en su situación. Puro cine.