Ennio, el maestro

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Atesoramos en nuestra memoria musical la imborrable melodía de bandas sonoras que nos transportan a mundos cuyas fronteras han sido tan diversas como el imaginario de los compositores encargados de plasmar las ideas estéticas de grandes directores de la cinematografía mundial. ¿Cómo dimensionar de la forma más justa el lugar ponderable que ocupan estas piezas en la historia del séptimo arte? Universos sentimentales, violenta emotividad, paradigmas oníricos o irrefrenables pasiones. Evocando proyecciones del espíritu de todo cinéfilo y melómano, podemos recordar de cada película su primer fotograma, también el primer acorde de una banda sonora que nos maravilla. A curiosos y ardientes navegantes de los más variados géneros cinematográficos y su profusa historia, nos maravilla adentrarnos en la vida y obra de cada autor que dejó su sello en films y partituras inolvidables.

Entre algunos de los maestros de orquesta unánimemente reconocidos como tradicionales autores de bandas sonoras del cine mundial, a lo largo del último siglo de vida del arte audiovisual, destaca un exquisito intérprete nacido en Italia, que ha sabido sincronizar en imágenes un hilo musical de absoluta personalidad estética. Capaz de crear instantes que perduran vivos en nuestro recuerdo, intentando expresar la equilibrada relación entre forma y contenido que establecen, de modo simbiótico y mimético, el arte musical y el ejercicio cinematográfico. Sus obras nos brindan el encanto de intuitivas sinfonías que capturan atmósferas y sensaciones en estímulos estéticos entrelazados que pesan su valor en más que mil palabras. El cine, ahora que el maestro ha partido, le debía su personal homenaje.

De longeva carrera, Ennio Morricone compuso la banda sonora de más de quinientas películas y series de televisión. Recibió un Oscar Honorífico en 2006 y, una década más tarde, un tardío galardón máximo a Mejor Banda Sonora Original por la película “Los Odiosos Ocho” (2015), de Quentin Tarantino, autor gracias a quien viviera una segunda juventud profesional. Antes de vender más de setenta millones de discos, este maestro romano fue un especialista en realizar piezas sinfónicas y corales. Epítome del spaghetti western, colocó melodías a inolvidables imágenes de films de Sergio Leone, desde la “Trilogía del Dólar” en los años ’60 a “Érase una Vez en América” (1984). Prolífico en géneros tan diversos como el giallo italiano y la comedia, se recuerdan sus partituras para “Días de Cielo” (1978, Terrence Malick), “La Misión” (1986, Roland Joffé) o “Cinema Paradiso” (1989, Giuseppe Tornatore).

Su magna figura es rescatada, con gran sensibilidad, por el documental de flamante estreno, dirigido por el citado Tornatore. Con intervenciones del propio Morricone, una cadena de testimonios prefigura una suerte de olimpo cinematográfico: Quentin Tarantino, Clint Eastwood, Oliver Stone, Hans Zimmer, Terrence Malick, John Williams, Wong Kar-Wai, Barry Levinson, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quincy Jones, Giuseppe Tornatore, Bruce Springsteen, James Hetfield, Roland Joffé, Marco Bellocchio y Lina Wertmuller, entre otros, aportan lucidez al retrato del compositor de cine más prolífico del siglo XX. Recurriendo a música del maestro y a profuso material de archivo, posee la significancia de toda gran pieza del género: develar el costado menos conocido de aquel objeto de estudio. De tal manera, indaga en su método compositivo y en el enigmático vínculo que Morricone trazara con algunas de sus musas inspiradoras. Ennio es aquel que confronta a su propio oficio, antes de embeberse en sus mieles. El tiempo le dio la razón, afortunadamente. Apasionado, se transformó en el propio lenguaje que indagó y en cada fibra de su cuerpo sonó la melodía. Así se hizo himno.