Encuentro explosivo

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Vivir su vida.

El crítico y filósofo estadounidense Arthur Danto decía que después de los relatos empieza la vida. Así, en relación al arte, Danto pensaba que los movimientos artísticos de la segunda mitad del siglo veinte estaban marcando el final de un relato pero no de su tema: en la posmodernidad la historia del arte terminaba pero el arte mismo se mostraba más vivo que nunca, cumpliendo a destiempo aquella aspiración de las vanguardias de religar el arte con la vida, de hacer de la experiencia estética también una praxis vital. Danto mencionaba como ejemplo típico de ese fin/comienzo el “vivieron felices para siempre”, que siempre marca el pasaje de la narración a la vida, donde los personajes están ya por fuera de los contornos del relato. En Encuentro explosivo, June se ve arrastrada por Roy a una aventura que se desenvuelve dentro del marco del género de espías, con sus reglas, espacios y convenciones características. June pasa a habitar junto a Roy un mundo que es el del cine de acción, donde se puede aterrizar un avión en un campo de maíz o atravesar una lluvia de balas sin ser lastimado. A June le gustan tanto las peripecias que sortea junto a Roy que, al verse amenazada por su vieja rutina cotidiana cuando él desaparece, ella se va a empecinar en encontrarlo como sea, aunque la gente piense que está loca. Es que Roy lleva una existencia cinematográfica desde el principio, pero June no: por eso es ella la que tiene que elegir entre seguir con su vida o empezar una nueva al lado de Roy. La película toda gravita alrededor de la decisión de June y de las consecuencias de su elección.

Encuentro explosivo, a la vez que hace del relato y las imágenes del cine un modo de vida, también señaliza sus límites: vivir como en una película de espías implica conocer las reglas y posibilidades del género, pero ese conocimiento a su vez es el signo autoconciente que hace imposible la ilusión. Esto se ve con claridad en los momentos en los que June es un obstáculo para Roy: él la droga y la película cuenta mediante elipsis las aventuras que June no experimenta por estar intoxicada. Viajes en lancha, helicóptero, tren, tiroteos, un salto en paracaídas; no importa que June esté dormida, el relato continúa sin ella: el camino que lleva adelante Roy atraviesa todos los clichés posibles del género y la narración se hace cada vez más evidente. Para el director James Mangold el cine no conoce barreras: puede mostrar a dos héroes en moto perseguidos por villanos y una estampida de toros al mismo tiempo en pleno San Fermín, pasar sin escalas de un galpón en la ciudad a una isla paradisíaca perdida en el mapa, ponernos en la piel de un paracaidista improvisado, convertir el mundo en un lugar exótico y pintoresco que no guarde ninguna conexión con la realidad, o hacer de la muerte una cuestión meramente estética sin resonancias morales. Y todo eso puede llevarlo a cabo en un frenesí de velocidad y vértigo en el que los personajes no son capaces de pararse a pensar, porque eso equivaldría a tomar conciencia del artificio y despertar, algo así como salir de la matrix. Por eso en Encuentro explosivo la que piensa es June y no Roy: él tiene una existencia cinematográfica y carece de psicología, no sabe más que seguir adelante, matar a los malos, salvar a la chica y recuperar el microfilm (en este caso, una batería de energía autosustentable). Y cuando June piensa más de lo que debe y pone en crisis la lógica del universo de Roy, éste (o mejor, la propia película) la saca de la ecuación, así la máquina ciega del cine puede seguir su curso ininterrumpidamente.

Ese no conocer límites de mucho cine actual, parece decir Encuentro explosivo, hace de la visión de algunas películas una experiencia vacía, automática, en la que no se conecta con el mundo sino con la historia del cine y otras películas pero sin generar un discurso crítico (para comprobar esto alcanza con ver otra película que se estrenó junto con Encuentro explosivo, El aprendiz de brujo). En el film de Mangold lo humano se diluye en las imágenes saturadas y pretendidamente sofisticadas de hoteles, playas o autos de lujo. No es casual que a Roy lo interprete Tom Cruise, probablemente el actor que mejor representa el imaginario pochoclero de Hollywood y que se animó a parodiarse a sí mismo más de una vez en películas como Misión Imposible 2 o Una guerra de película. Roy está construido a base de puros one-liners y tics cinematográficos y tiene poco de hombre de carne y hueso, lo que explica en parte la falta de sexo de la película (June, en cambio, sí tiene un cuerpo y ocupa un espacio real en los planos, por eso es ella la que piensa en sexo y se excita y no Roy).

Encuentro explosivo puede verse como la historia de una chica que quiere llevar una vida de película. Mangold adora a su criatura, por eso, cuando June se queda sin Roy y sin aventuras, el director le tiende un nuevo puente hacia el relato de él: de manera inverosímil, la deja escapar de su rutina gris y volver a ser parte de la película y su trama de espionaje. Vivir viajando por lugares pintorescos, de persecución en persecución y desbaratando los planes de unos villanos improbables, eso es lo que quiere June; salir del mundo, existir adentro de una pantalla de cine. Pero cuando ella, cansada de tanto trajín, decide escapar de ese círculo vicioso de cine con Roy y terminar la película (y comenzar la vida, podríamos decir con Danto) Mangold no la deja: un plano final, incluso después de atados los últimos cabos sueltos del guión, deja en claro que ambos siguen dentro del territorio del cine, solamente que con una diferencia. esta vez es ella la que carga con Roy y echa a andar el relato. Ahora June hace su película, y la última imagen exhibe un plano paisajístico muy calculado en el que el coche de ellos se pierde en una toma hecha con grúa, recurso que remite invariablemente al cine y sus códigos. June y Roy parecen felices pero difícilmente pueda decirse que “vivieron felices para siempre”: lejos de terminar su relato continúa, y resulta muy difícil imaginárselos vivos, compartiendo el mismo mundo que nosotros. Esa falta de humanidad, de carnadura en el sentido más físico posible, es el precio a pagar para el cine que, como Encuentro explosivo, apela de manera irreflexiva a la memoria del cine y acaba por menospreciar su capacidad para conocer el mundo. No queda del todo claro en qué lugar se ubican Mangold y su película, porque si bien Encuentro explosivo es un dispositivo crítico bien aceitado que comenta con bastante lucidez el estado de cosas de mucho cine de género hollywoodense, en el final el film parece caer de forma torpe en lo mismo que crítica.