En un lugar de Francia

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

En un lugar de Francia existe un pueblo rural en el que vive Jean Pierre. Jean Pierre es doctor y además de ser el único del pueblo, su infinito compromiso con cada uno de los pacientes hace que sea la persona a la que todos acudan ante la menor duda o dolor. Pero cuando al propio Jean Pierre le diagnostican un tumor, queda en evidencia que él no va a estar siempre para ellos, y es enviada una mujer más joven (aunque ya adulta, alguien que un poco más tarde que el promedio descubrió su vocación) para trabajar con él.
Al principio, Jean Pierre y Nathalie no congeniarán demasiado. En realidad él es más bien solitario, aunque visite a su madre o reciba cada tanto la visita de su hijo. Es por eso que no se la hace fácil a ella, como si lo que temiera es en algún momento ser reemplazado.
La película En un lugar de Francia expone además de la historia de su protagonista comenzando a hacerse a la idea de una enfermedad terminal, diferentes realidades propias de un lugar que no vive en sintonía con las grandes ciudades, como por ejemplo adolescentes con poca o nula educación sexual, o un joven con problemas al que nunca se le diagnosticó una enfermedad específica.
Eventualmente, Jean Pierre terminará descubriendo que su miedo a ser reemplazado es también un miedo a ser complementado. Porque a la larga el pueblo no sólo necesita a un Jean Pierre, sino también a una Nathalie, y es en conjunto cuando mejor funcionan las cosas.
Aunque tiene algunos tintes de comedia, En un lugar de Francia es más bien un drama que sin apelar ni a golpes bajos ni a lugares comunes logra tocar fibras sensibles más que nada porque se sienten cercanas a cualquier espectador. Si bien es dura, porque elige temas duros a tratar, también su corazón y honestidad la terminan convirtiendo en una película disfrutable y que se permanece en uno largo rato, una virtud a la que no muchas películas acceden.