En trance

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos

No está mal recordar de dónde viene Danny Boyle, el inglés ganador del Oscar por ¿Quién quiere ser millonario?

Debutó en la realización con un thriller de aquéllos, Tumba al ras de la tierra (1994). Hizo filmes en los que jugó con el terror (Exterminio) y experimentó con distintas narraciones visuales (Trainspotting, 127 horas). También fue el responsable de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos del año pasado.

Pues bien, todo esto sirve para dimensionar qué es En trance. Porque a la manera de El origen, la película de Christopher Nolan, aquí hay dos premisas que el espectador debe seguir para no perderse nada. Una, no confiar en nada de lo que ve o escucha.

La otra es no parpadear.

Pero Boyle complica las cosas más y más a medida de que se va desarrollando el guión ajeno. De movida, Simon (James McAvoy) trabaja en una casa de subastas, donde ladrones profesionales quieren robar, en pleno acto, una pintura de Goya, Brujas en el aire. Simon nos ha contado en off cómo debe hacer para que el delito no se cometa. Así que hace lo que debe hacer, y recibe un tremendo golpe de parte de Franck (Vincent Cassel), líder de los delincuentes.

Nadie sabía era que Franck estaba confabulado con Simon. Y que por culpa del golpe, éste no recuerda dónde cuernos escondió el lienzo multimillonario. Y allí entra a tallar el personaje de una hipnoterapeuta Elizabeth (Rosario Dawson), a quien acuden sin decirle nada para ver si puede sacarle dónde escondió la pintura.

Pero como dijimos al comienzo, lo mejor en En trance es no creer nada, ni en nadie.

Boyle se está especializando en narrar de manera entre fragmentaria y elíptica. Si a los encuadres y la utilización de la banda de sonido -fundamental ya en Tumba…- le agrega flsahbacks y revelaciones una tras otra sin respiro y con mucho vértigo, En trance resultaría más fácil de seguir parando y rebobinando. Pero no se preocupen, que cuando salga el DVD lo podrán hacer, y no es que el filme sea imposible de entender. Para nada.

Boyle se extralimita. Es un hombre que asume riesgos -como Nolan en El origen-, pero en vez de hacerlo sobre terreno firme, una vez que la espiral arranca, parece no detenerla (no querer hacerlo) nunca.

Violencia, sexo, torturas, más sexo: ése es el cóctel que sirve en una copa vistosa, lujosa, cuyo contenido tal vez no sea el preferido por quien lo bebe pero, en definitiva, es lo que Boyle ofrece en la carta de tragos.