Ellas hablan

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Con dirección de la actriz Sarah Polley (“Mi Vida sin Mí”), nos llega esta interesantísima opción a la cartelera. La autora, poseedora de una dilatada y destacada trayectoria, tanto delante como detrás de cámaras, concibe una obra sensible y favorablemente recibida por la crítica internacional, contando con dos nominaciones al Premio Oscar. Un hecho real, ocurrido entre 2005 y 2009, en una colonia menonita, inspira el relato al que otorga vida un espectacular elenco encabezado por Claire Foy, Jesse Buckley, Rooney Mara, Ben Wishaw y Frances McDormand (quien, además, oficia de productora).

Veinticuatro horas serán decisivas para la vida de un grupo de mujeres que dirimirán qué hacer respecto a los actos de violencia que asolan el poblado. Disimiles puntos de vista acerca de traumas sufridos otorgan riqueza a una propuesta que se encumbra como una introspectiva mirada acerca de la criminalidad de los actos. Un ensayo de conciencia, porque las verdades nunca son absolutas. Polley, acertadamente, indaga en la fe, en el perdón, en la educación y en lo que provoca la falta de libertad. Estar a salvo es el objetivo, ajenas al alcance del hombre que las priva de ser. Tres palabras no se pronuncian a menudo: lo siento mucho.

La base estructural de la propuesta es el diálogo continuo que se lleva a cabo en un único escenario, entre mujeres de diferentes edades que discuten sobre sus vidas. Con una mirada esperanzadora, “Ellas Hablan” puede entenderse como un canto al feminismo desde el respeto, la igualdad y el amor. Ellas habitan un mundo resquebrajado; delimitado espacio que no deja lugar al instante lúdico por parte de los pequeños que integran la comunidad. No ajenos al poder opresivo… ¿desampara Dios a sus hijos? Amenaza la seguridad aquello de lo cual no se quiere volver a hablar. Mejor huir, o reír. Porque la gente se ríe tan fuerte como llora. El tiempo cura, se anuncia, pero no hay camino cierto. El sendero de la violencia olvida el amor y violencia con violencia se paga para proteger a sus hijos. Ese amor allí no es fruto que inspire pensamientos violentos.

Una sugerente banda sonora, rural y folclórica, interpreta con sentimentalismo este guion adaptado de la novela de Miriam Toews, mientras una fotografía ínfimamente saturada viene a fungir como perfecto simbolismo: el entorno no tiene ninguna belleza alguna de la cual presumir. El mañana persigue una historia diferente a las de ‘ellas’. La gama de grises elegida refleja la vida de estas mujeres, entre atardeceres y amaneceres que no deslumbran. La opacidad es total. La actriz y directora, musa del cine indie de los ’90 (preferida de autores como Atom Egoyan, Michael Winterbottom y David Cronenberg) logra transmitir el dolor con sólidas claves narrativas.

Un grupo de mujeres a las que ciertas prácticas avaladas despojaron de sus bocas el vocablo ‘piedad’ tendrá entre manos la decisión más urgente e importante. El interrogante indica si huir o quedarse. El miedo a Dios manda y el pecado que prohíbe la entrada al reino de los cielos, implacable, promete castigo. El miedo apremia, por partida doble. Al hombre (sus respectivos maridos) y a qué se van a convertir sus hijos. El hombre es una figura sin rostro. Su presencia, amenazante, potente, no necesita rasgos faciales reconocibles. ¿Qué será de nuestra descendencia? El monstruo replicado, la peor amenaza. De modo inteligente, el largometraje hace hincapié en la injerencia de la educación para mejorar a las generaciones venideras. Educar para la toma de conciencia.

Film de fuerte componente teatral, evidenciamos el reflejo de una lucha, noblemente encauzada. La disparidad de caracteres buscando convencerse, unas a otras, implica favorablemente al espectador. Como telón de fondo, la idealización de un mundo cerrado sobre sí mismo prefigura las fronteras de esta sociedad en capsula. Aislada y fuera de su tiempo, cuyas reglas y códigos de conducta son fuertemente machistas. “Ellas Hablan” visualiza y denuncia sobriamente una realidad aberrante, en donde niñas y mujeres son recurrentemente drogadas, violadas, apaleadas, humilladas y vejadas. Una situación abominable, terrorífica. Y lo más alarmante: establecida a lo largo de los años. El comportamiento perverso se reproduce, de generación en generación.