Ella

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El amor es real

Ilusión o no, el filme pregunta por el afecto en los tiempos virtuales.

Podría pensarse que si en el afiche de un filme que se titula Ella aparece El, y no Ella, es que la película se centra más en El y su relación con ella, que en Ella.

Es una verdad a medias. Porque Samantha, o Ella, no tiene cuerpo -difícil por ahora para el marketing mostrar algo que es, pero que también no es-, pero sí tiene sentimientos. Y vaya que razona. Samantha es un sistema operativo, una inteligencia artificial metida en una computadora a la que El (Theodore, o Joaquin Phoenix) adquiere en una ciudad de Los Angeles en un futuro no muy lejano, como una compañía virtual.

Y si hay gente que, en la actualidad, busca pareja por Internet, que Theodore compre un sistema operativo, elija ponerle voz femenina y termine enredándose -enamorándose, lisa y llanamente- habla de una necesidad afectiva. Que es virtual -esto es: potencial, posible, aparente e imaginaria-. No fue casual que la historia de amor de Blade Runner, entre humanos y replicantes, también transcurrió en lo que era el futuro en Los Angeles.

Estamos ante una historia de amor contemporáneo.

Para comunicarse con Samantha, Theodore debe colocarse un audífono. Los susurros en sus oídos le suenan genial, más si la voz, áspera y sensual, es la de Scarlett Johansson. Si en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, que escribió Charlie Kaufman (guionista de ¿Quieres ser John Malkovich?

y El ladrón de orquídeas, ambas de Jonze) la idea era borrar de la memoria aquel amor que no pudo ser, aquí se trata de encontrar otro amor que, si puede ser, es más en la imaginación que en la vida real.

Spike Jonze se preocupa porque el amor entre Theodore y el sistema operativo sea (parezca) real. Su mirada también apunta a cómo la tecnificación, las redes sociales (¿el presente? ¿el futuro?) más que enlazar, alejan los lazos con la realidad. La gente en Ella camina, se choca y no se comunica. La imaginación es el bien supremo (recuerden ¿Quieres ser...) y ahí Jonze dispara la película hacia consideraciones filosóficas. Como, por ejemplo, si el amor es una ilusión.

Jonze, en su primer guión escrito en solitario, está a un paso de tornarse cursi, pero evade la zanja. Escuchadas sueltas, fuera del contexto, son naroskianas. “Creo que me escondí y la dejé sola en la relación... Estoy esperando a que desaparezca todo el amor (dice Theo, para divorciarse)”. “A veces siento que ya he sentido todo lo que tenía para sentir”. O “El pasado es sólo una historia que nos contamos”, dice Samantha, quien tiene mucho más claro que Theodore qué pasa en esa relación ¿de a dos?

Pero la mejor, la más clara sale de boca de su amiga Amy (Amy Adams, de Escándalo americano): “Enamorarse es una locura socialmente aceptable”.

Theodore es un tipo introspectivo, solitario, que vive en lo alto de un edificio en su departamento enorme, vidriado y cuasi vacío. No es lo único que tiene prácticamente desocupado, desde la separación de su mujer. Es curioso cómo se abre ante una desconocida que no ve, y cómo se autoboicotea con una mujer real (brillante la escena de la cita a ciegas con Olivia Wilde, y mejor aún el final de la misma). Es sensible, “mitad hombre mitad mujer”, le dicen en el trabajo. A propósito, Theodore trabaja en bellascartasescritasamano.com: él dicta a una computadora lo que los clientes, románticos, amigos o parientes, deberían haber escrito de puño y letra.

Ella no es una película sobre un loco que se enamora de una computadora. Habla de cómo cambiamos, nos relacionamos, sufrimos, deseamos, y volvemos a empezar. Mientras no se caiga el sistema, y la necesidad de poseer no se entrevere en la relación.

En fin, sabemos que con Ella -con o sin negritas- el amor es real.