Eliminar amigo

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

El fantasma en la máquina.

El cine de terror reúne dos características que lo hacen único a ojos de los espectadores, ya sea que sopesemos el mainstream o el sustrato independiente. La primera y más evidente pasa por el hecho irrefutable de que no necesita una estructura apuntalada en enfoques ampulosos ni presupuestos gigantescos ni estrellas, ya que con una atmósfera y/ o una eficacia narrativa estándar el éxito suele estar garantizado. El segundo rasgo, mucho menos obvio, se resume en la certeza de que hablamos del género más dinámico del séptimo arte, circunstancia que plantea una potencialidad que puede ser tanto positiva (fácil apropiación de alusiones diversas) como negativa (alta permeabilidad a las modas a nivel tecnológico).

Precisamente, una de las constantes del horror industrial de nuestros días es el fetiche para con el “found footage”, una suerte de aggiornamiento de la dimensión expositiva que pretende funcionar en esencia como un correlato de la miniaturización generalizada de las cámaras digitales. Recién durante los últimos años Hollywood ha tomado conciencia de la saturación del recurso, lo que a su vez derivó en un repliegue paulatino hacia los engranajes formales tradicionales y una resignificación del mockumentary -que se resiste a morir- ahora bajo el tamiz de las redes sociales o la amalgama con otros géneros. La mediocre Eliminar Amigo (Unfriended, 2014) trae a colación los rasgos de este período de transición.

La segunda obra de Levan Gabriadze, a partir de un guión del debutante Nelson Greaves, sigue el andamiaje prototípico de esta clase de propuestas, deudor del slasher ochentoso: un grupito de adolescentes de pocas luces termina mermado significativamente a manos de un espectro vengador, que se siente impelido a hacer justicia por cuenta propia. Aquí la trama se inspira en la reciente Open Windows (2014), la última locura del impredecible Nacho Vigalondo, adoptando como estandarte narrativo un plano fijo del escritorio de la computadora de una de las protagonistas, Blaire Lily (Shelley Hennig), sede central de una especie de cyberbullying metafísico que analiza la estupidez y el sadismo contemporáneos.

Incorporando la dialéctica web de una manera un tanto rudimentaria (desde la utilización -reiterada aunque banal- por parte de los personajes de Skype, Facebook, Spotify, Google Chrome, YouTube, Instagram, Gmail, etc.), el film aburre en su primera mitad y cae en todos los estereotipos posibles del rubro, no obstante por lo menos constituye una denuncia cabal de la problemática del acoso y sus ramificaciones en la vida cotidiana de las víctimas. Lejos de los delirios revitalizantes de Vigalondo, siempre bordeando la comedia negra y la ciencia ficción más desatada, Gabriadze y compañía apenas si entregan un producto tan prolijo como anodino sobre la responsabilidad individual y los límites del campo privado…