El valor de una mujer

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sobre el acoso y el poder

A uno le gustaría decir que determinado modelo de sociedad es el gran responsable en lo que respecta al avasallamiento de la dignidad de los sujetos en el caso de las estructuras jerárquicas, no obstante luego de siglos y siglos parece más que evidente que donde sea que haya una pequeña concentración de poder de un momento a otro se suscitará algún tipo de abuso que de seguro irá acompañado del patético corporativismo mafioso, de silencios cómplices y de intentos más o menos violentos -de violencia implícita o explícita- en pos de garantizar la impunidad. Al ser humano de por sí le encanta autojustificar sus caprichos y aprovechar el contexto para maximizarlos cuando se pueda, lo que en términos de estratos gerenciales significa bordear la psicopatía y torturar al que se tiene “por debajo” apelando al paraguas que brinda la organización de turno a la que pertenecen la víctima y su verdugo.

Sin ser una maravilla del séptimo arte, El Valor de una Mujer (Nome di Donna, 2018), el último largometraje de Marco Tullio Giordana, ilustra muy bien cómo funciona la dinámica del poder más antojadizo y sádico en las sociedades modernas, ahora tomando la forma de un clásico episodio de acoso sexual en el trabajo por parte de una figura de autoridad masculina sobre una empleada: Nina Martini (Cristiana Capotondi) es una madre soltera con una hija que abandona Milán y se muda a un pueblito de Lombardía para comenzar a trabajar como asistente en Baratta, una afamada clínica/ asilo para ancianos que controlan dos hombres, el jefe de personal Roberto Ferrari (Bebo Storti), nada menos que un clérigo de la Iglesia Católica, y el director Marco Maria Torri (Valerio Binasco), un médico que se le tira encima a Martini a pura soberbia y abusando de su vulnerabilidad como subalterna.

La película no llega a ser una obra feminista militante pero en cierta medida se sube a la moda mediática con respecto a denuncias semejantes, esa que muchas veces banaliza el asunto vía la estrategia comunicacional/ marketinera de enfatizar los clichés y vaciar de riqueza a cada historia en particular, transformando a las víctimas en números sin alma ni rasgos propios: de hecho, el film sistematiza cada uno de los estadios esperables en estos casos pero retratándolos desde cierto reduccionismo estandarizado que le debe mucho a la unidimensionalidad hollywoodense. Aclarado lo anterior, vale decir que la propuesta es más que digna dadas las circunstancias y que el manejo de los latiguillos está relativamente bien (cero solidaridad femenina por parte del grueso de las compañeras, denuncia policial algo tardía, aislación del denunciante y defensa del denunciado a nivel institucional, etc.).

Más allá de que el guión del realizador y Cristiana Mainardi apela en el último acto a un proceso judicial muy cinematográfico que no se condice con la realidad más prosaica, con cámaras ocultas incluidas y algún que otro delirio similar, El Valor de una Mujer constituye uno de esos trabajos que son más meritorios a nivel ideológico contextual que artísticos, en especial necesarios para señalar un catálogo de injusticias laborales que sobrepasan por mucho la dimensión sexual más burda e incluyen la misma dignidad de hombres y mujeres a nivel de la convivencia diaria y las barrabasadas que los payasos gerenciales se sienten libres de cometer desde sus torres de cartón pintado. Giordana aquí está lejos de lo mejor de su carrera, léase las recordadas Los Cien Pasos (I Cento Passi, 2000), La Mejor Juventud (La Meglio Gioventù, 2003) y Piazza Fontana: The Italian Conspiracy (Romanzo di una Strage, 2012), sin embargo entrega un opus diminuto y digno que compensa con efusividad y grandes actuaciones lo que le falta en verdadera complejidad y vuelo formal furibundo…