El último hombre

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Difícil que se estrene una película peor que El último hombre en lo que queda del año. Lo del director Rodrigo H. Vila acaso sea un chiste, de otro modo no se entiende tamaño despropósito protagonizado por un elenco igual de disparatado que el argumento. El guion, las actuaciones, la música, los efectos especiales, todo es cualquier cosa en esta coproducción entre Argentina y Canadá.

Una virtud involuntaria: es una de esas películas malas que provocan risa y que se pueden disfrutar en una función con descuento. ¿Acaso no es gracioso que el personaje de Harvey Keitel le diga al de Hayden Christensen que necesita una novia y que automáticamente aparezca el personaje de Liz Solari? Torpezas de este tipo hay muchas y el maltrato al cine llega a niveles insospechados.

El concepto de bizarro le calza perfecto al filme: desde esa mezcla de actores disímiles (faltó mencionar a Rafael Spregelburd y Fernán Mirás) hasta la fotografía con pocas luces, que hace difícil ver las imágenes, sobre todo si el proyector de la sala está en las últimas horas de vida.

Kurt Matheson (Christensen) es un veterano de guerra que cree próximo el fin del mundo y se obsesiona con construir un búnker. Todos creen que está loco, ya que además tiene alucinaciones con un compañero de trinchera. El paisaje es apocalíptico: lluvias permanentes y pobreza por todos lados. La economía mundial colapsó.

Kurt conoce a un predicador llamado Noe (Keitel) que anuncia el Apocalipsis y se hace amigo. Decide buscar trabajo y llega a una empresa presidida por un tipo que intenta ser misterioso. Ahí trabajan Jessica (Solari), la secretaria de la que se enamora, y Gómez (Spregelburd), que pronto mostrará sus intenciones mafiosas (este personaje pronuncia una línea antológica sobre la vagina del personaje de Solari).

Hay muchas escenas insustanciales y absurdas, como el monólogo final en off. Los diálogos son ridículos y los personajes secundarios parecen una broma (atención al linyera interpretado por Fernán Mirás, a los nazis y al loco afroamericano del manicomio). El tagline del afiche en inglés dice: “¿Estás listo para sobrevivir?”. Nunca más acertado: el que tiene que sobrevivir es el espectador.