El último hereje

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Rodada a cuarenta y ocho cuadros por segundo, en formato HDRF, se trata la presente de la primera película latinoamericana en este formato. “El Último Hereje” es la última visión del terror de un emblema del cine nacional, como Daniel de la Vega. Lo acompaña aquí un elenco de primer nivel: Germán Palacios, Victoria Almeida, Gloria Carrá, César Bordón y las participaciones especiales de Daniel Miglioranza y Héctor Calori protagonizan un film ensayo en donde interrogantes de corte metafísico se acumulan. ¿Recupera el individuo la fe al confrontar la muerte? ¿Somos todos herejes a nuestro modo? Se nos presenta aquí un auténtico dilema de fe, pergeñado por un virtuoso del arte de filmar. Una propuesta narrativa clásica alberga un relato que se presta a una arriesgada mirada sobre la culpa, el pecado y la redención

“El Último Hereje” se conforma como una propuesta estética y conceptual sólida, en manos de un cineasta que jamás pecará de tímido. Sumamente atento a detalles que conforman una obra en múltiples capas, lleva a cabo a la vez un homenaje cinéfilo digno de mención: una sala denominada Empire proyecta clásicos como “El Séptimo Sello”, de Ingmar Bergman; un director de cine porno enciende la duda y luego se convierte en trágico titular de diarios; las paredes de un oscuro apartamento sirven para proyectar películas y colgar posters de “A Virgin Living Dead”, del inefable Jess Franco. Elementos en el diseño de vestuario y escenografía nos van dejando pistas que deberemos decodificar. Dios obra de la forma menos pensada, mientras De la Vega emula a Hitchcock y se viste de De Palma. Ver para creer…

Un escritor ateo confrontando sus propias convicciones se convierte en el centro de una trama paranoica y delirante. Forma en función de contenido nos ilustra que el infierno puede cobrar la más inaudita de las formas. A lo largo de la historia, las pruebas nos demuestran que los más horribles crímenes han sido cometidos en nombre de Dios. Las instituciones pueden equivocarse, refrenda un eclesiástico. Creer o no creer, esa es la cuestión. No se puede trasplantar la fe. “El Último Hereje”, un thriller con marcados tintes religiosos, coloca sobre nosotros una considerable inquietud respecto a lo dogmático. De creencias estamos hechos, aun cuando la existencia se conforma de constante sublimación de propias convicciones y cuestionamiento de principios establecidos por ajenos.

Cada matiz fotográfico elegido siembra sentidos. Milagros, apariciones, maldiciones o alucinaciones; el punto de vista distorsionado que asumimos nos invita a desconfiar. Amparándose en espacios cerrados bien explotados y personajes desdoblados en su identidad, la estética del entorno construye las formas demenciales del fanatismo y la conversión, al tiempo que el relato se plaga de guiños y referentes artísticos. Técnicamente impecable, la imagen ofrece un marco de calidad notable. De la Vega, experimentado realizador y autoridad absoluta, merced a obras como “Necrofobia” (2013), “Ataúd Blanco” (2014) y “Al Tercer Día” (2019), rinde culto a maestros de la talla de Jacques Torneur y Mario Bava.

Reflexiona de la Vega, a través de este cínico y exitoso hombre de letras, compuesto con prestancia y solidez por parte de Palacios, acerca de la fe como propósito de vida. La alegoría cobra sentido, potenciando sus niveles estéticos echando mano de una valiosa caja de herramientas de horror y sugestión. Una exquisita implementación de angulaciones, encuadres y planos nos enseña el camino cuando el auténtico descenso a los infiernos se aproxima. Una prisión que no sabe de piedad alguna guarda bajo llaves un retorcido designio; el destino podría estar en manos de un desquiciado mortal. Sin embargo, la justicia divina no se ausentará: un salvador porta las mismas heridas y cicatrices que aquel quien lo negaba. Aquel que primero abofetea y luego consuela.