El túnel de los huesos

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Crónica periodística bien contada

Hoy se estrena la opera prima de Nacho Garassino, que tomó un hecho real de 1991 que fue motivo de una investigación: los siete presos que escaparon del penal de Villa Devoto. Solidez narrativa, sin golpes bajos.

En toda película que transcurre en una cárcel, tarde o temprano llegará el momento de escaparse. El cine argentino, en este punto, tiene su título clásico (Apenas un delincuente) y otras cárceles y correccionales con evadidos, procesadas y atrapadas de trazo excesivamente grueso y voyeurista. El túnel de los huesos, ópera prima de Garassino, narra placenteramente una huida real y de fuertes connotaciones periodísticas.
En 1991 siete presos escaparon del penal de Villa Devoto y la historia fue motivo de una investigación de Ricardo Ragendorfer, quien tuvo la oportunidad de encontrarse poco tiempo después con el líder de la fuga. El film, por su parte, se estructura a través de flashbacks desde el relato de Vulcano (Raúl Tabio) al reportero (Jorge Sesán), contándole las minucias y detalles de la huida. En este punto, El túnel de los huesos elige un tono clásico, descontracturado, con una sólida caracterización de personajes –principales y secundarios– sin alzar la voz con frases de ocasión, describiendo arquetipos carcelarios que recuerdan a los mejores exponentes de este tipo de películas. En ese septeto está la rudeza de Toro, la desconfianza de Triple, la simpatía y locura de No Sé, tres personajes que junto al resto confían, aún con reservas, en las sugerencias y consejos del líder Vulcano.
Pues bien, el film de Garassino no olvida ninguno de los tópicos de una trama que transcurre en una cárcel de hombres, pero la mirada del director jamás es invasiva, decisiva ni subrayada en relación a los comportamientos de sus criaturas: es la narración quien decide el destino, sin dobleces moralistas ni bajadas de línea. Y allí es donde la película canta victoria.
Pero el hecho periodístico dio un paso más adelante, ya que no se trató de una fuga convencional emprendida por un grupo con rajarse de prisión. En una escena clave, un colaborador carcelario le muestra a Vulcano unos calabozos clausurados donde yacen los restos óseos de los encarcelados por la dictadura militar. De ahí que los futuros fugados estén obligados a pasar por ese túnel de ánimas, a quienes deben pedirle autorización antes de llegar a la calle. En ese momento, la película gira hacia el contexto del horror “real”, a las catacumbas del pasado, al silencio de los muertos debido a las torturas.
Sin embargo, dentro de esa zona tan delicada que afronta El túnel de los huesos, tampoco allí la película se regodea ni elige el camino del morbo y de la frase sentenciosa. En este punto, triunfa el pudor y el perfil bajo, volviendo a triunfar la solidez narrativa, el hecho periodístico bien contado en imágenes, esas ganas de los siete presos por escaparse de una vez por todas y alcanzar la libertad tan deseada.