El triángulo de la tristeza

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Nadie puede decir que al director sueco Ruben Östlund le salió mal su primer largometraje en inglés. Hace tiempo descubrió un lugar por donde desarrollar su filmografía y El triángulo de la tristeza es sin duda la prueba más acabada de cuál es su mirada del mundo y del cine. La Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes y la nominación al Oscar a mejor película, mejor guión y mejor director confirman que su objetivo ha sido conseguido. Si tuviera un ápice de coherencia en su obra, Östlund debería rechazar todos los premios y nominaciones, pero sí hiciera eso demostraría que su discurso, por más torpe, obvio y superficial que sea, es sincero y no una especulación absoluta como obviamente es.

El triángulo de la tristeza es una sátira acerca del mundo de los ricos y famosos y la tensión con las clases bajas. La lucha de clases en una alegoría que ni un adolescente podría hacer de manera tan infantil y subrayada. La película empieza con unos tristes pasos de humor acerca del mundo de la moda. Qué quede bien claro: Cualquier escena de Zoolander (2001) de Ben Stiller dice más cosas sobre ese mundo que este largometraje. Y no es una exageración para atacar a El triángulo de la tristeza, de verdad Zoolander entendía cómo desmenuzar el tema con mayor inteligencia y mejores méritos estéticos que la película de Östlund. Esos primeros minutos son el anuncio del desastre. Pero incluso el espectador más pesimista es incapaz de prepararse para todo lo que vendrá después. Hablamos de una película mala con ganas.

Carl (Harris Dickinson) y Yaya (Charlbi Dean) son una pareja de modelos. Ella, además, es una exitosa influencer. Ambos son invitados a un crucero de lujo en un yate para promocionarlo en redes sociales. Todos los pasajeros son millonarios. Un oligarca ruso con su esposa, una pareja de ancianos británica que ha hecho fortuna vendiendo armas, un solitario millonario tecnológico, una mujer en silla de ruedas que ha sufrido un derrame cerebral. El capitán de la nave, por su parte, está encerrado en su camarote completamente borracho. La tripulación es un equipo dedicado a dejarlo todo por sus pasajeros, incluyendo aceptar sus pedidos más absurdos, incluso aquellos que comprometen la seguridad de todos.

Luego de una presentación bastante de manual, la misma que tienen todas las películas con su elenco encerrado en un espacio acotado, El triángulo de la tristeza despliega su desprecio por todos sus personajes de manera sistemática. Está claro que son todos una porquería de gente. Una vez que eso fue marcado una docena de veces, el guión muestra sus garras y nos somete a una larga escena escatológica muy importante para el desarrollo del éxito de la película. Los vómitos y las diarreas son necesarias para Östlund porque son la llave a una de sus mejores excusas: mi película escandaliza y es rechazada, es demasiado fuerte para el espectador promedio. Así, como han hecho otros directores antes, nos dice que si la rechazamos es un problema nuestro y si la festejamos, somos espectadores valientes y lúcidos. Bueno, amigos, hacer cine revulsivo es algo diferente.

Uno piensa en verdaderos artistas como Luis Buñuel o Pier Paolo Pasolini, salvando los abismos que los separan de esto que comentamos acá. También en Claude Chabrol y su obsesión con la lucha de clases. Pero estamos hablando de maestros del cine. Tal vez Östlund sea la prueba de lo que critica, y es que el mundo ha entrado en decadencia. Me niego a pensar que es cierto, todavía se puede hacer buen cine. También es evidente que el director de El triángulo de la tristeza vio el Oscar a Parásitos (2019) de Bong Joon-ho y se lanzó sobre sus pasos en una película que si bien no es un plagio, se sirve de las ideas premiadas de otro para adivinar los pensamientos de quienes votan en festival y premios varios. Una vez más: Östlund no se equivocó, su especulación le ha dado un excelente resultado para él.
Para que su alegoría boba cierre, la película reduce aún más su elenco y crea su reflexión social en una isla. El orden cambia y descubrimos que la señora que limpia baños podría ser ama y señora de un nuevo orden no capitalista. A Östlund se le escapa un detalle y es que en un sistema no capitalista él no podría hacer sus películas, ni financiarlas con el dinero de millonarios como los que está criticando con tanta dureza. No hay nada de malo, al contrario, en criticar al sistema dominante en el cual uno vive. Pero un poco de honestidad intelectual no vendría nada mal. Östlund calcula que los ricos y famosos que entregan palmas, globos y demás premios, sentirán leves cosquillas al ver esto y que, con una culpa pasajera, le entregarán todo lo que tienen al director. También los intelectuales ni ricos ni famosos se sentirán a gusto siendo parte del castigo cinematográfico. Esto se infiere por los resultados, no por otra cosa.

Se puede imaginar la siguiente situación. Luego de la alfombra roja lujosa del Festival de Cannes, con fiestas, brindis y vestuarios elegantes, el director va a la entrega del Oscar. Una vez más, los más poderosos de la industria se palmean mutuamente. Hay una fiesta, se toma alcohol, se come y entre tantos excesos el director y sus colaboradores terminan descompuestos en el baño, donde hacen un enchastre memorable. El equipo de limpieza debe hacerse cargo de lo que dejan los premiados directores. Al salir del baño el director ve a una mujer como la de su película, lista para limpiar toda su porquería. Todavía borracho la palmea, le dice que entiende la lucha de clases y le comenta agrandado que él dirigió El triángulo de la tristeza, preguntándole a su vez si la vio. La señora, mirando al borracho solo le responde: “no, solo vi Top Gun”.