El transportador recargado

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Desastre a máxima velocidad
Con una fotografía de catálogo, peleas artificiosas y un guion inverosímil, esta nueva heredera de la saga de Jason Statham redondea una película de pésimo gusto.

Como alumnos del cine norteamericano de acción, los franceses se la llevan a marzo la materia. Heredera y continuadora de la franquicia creada por Luc Besson e interpretada por Jason Statham, El transportador recargado (de recargado tiene sólo el título) cambia de actor principal e insiste durante 95 minutos en ser desaprobada.

La película empieza con un episodio en la Riviera Francesa en 1995 para contarnos el inicio del conflicto de la trama. Karasov (Radivoje Bukvic) es un mafioso ruso que llega al lugar para adueñarse del negocio de la prostitución. Anna (Loan Chabanol) y otras jóvenes más son sus esclavas.

Quince años después, y sin explicación alguna, Anna está liberada y lidera una banda de chicas malas que se encarga de asaltar bancos. Juntas planean vengarse de Karasov, hacerle pagar una por una las encamadas que padecieron por su culpa. Para eso contratan a Frank (Ed Skrein), un exsoldado que se gana la vida conduciendo y matando gente a sueldo, muy a lo James Bond.

Para asegurarse de que el infalible y estricto Frank colabore hasta el último y hasta las últimas consecuencias, Anna decide secuestrar a su padre (Ray Stevenson), con quien Frank tiene una relación entre afectiva y peleadora, para presionarlo y exigirle que colabore.

Es más que evidente la intención de los productores: tratar de encontrar un sucesor para Jason Statham y ampliar el público de la saga en Europa. El resultado es una película del peor gusto: las coreografías de las peleas son de una artificiosidad que roza lo berreta; las persecuciones a toda velocidad por las calles de Montecarlo se parecen a una publicidad de Audi (con sus típicos ralentís pero mal usados); la fotografía es igual a la de un catálogo de agencia de turismo; los diálogos no pueden ser más tontos y fútiles; algunos planos no tienen razón de ser, y la enumeración podría continuar.

Los tres guionistas (Adam Cooper, Bill Collage y Luc Besson) que figuran en los créditos no hacen uno. En un momento el padre, estando secuestrado, saca de la galera un chamuyo y besa a su custodia con música romántica de fondo. Cada vez que aparece el mafioso Karasov siempre le está bailando una mujer al lado, como si fuera un videoclip de Don Omar. Y Ed Skrein cree que ser serio es no reírse nunca.

Para decir que leyeron un libro (citan todo el tiempo la novela de Alexandre Dumas, Los tres mosqueteros), al director Camille Delamarre no le basta con que uno de los personajes lo diga sino que lo redunda ponchando la portada del objeto, como para que al espectador no le queden dudas.

El transportador recargado es una falta de respeto al cine de acción en general y a Jason Statham en particular. No se entiende por qué se estrenan estos malos productos en vez de darle pantalla a películas que sólo tienen lugar en festivales internacionales.