El territorio del amor

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Chica conoce a chico. Se conocen del otro lado del mundo, intercambiando palabras en diferentes idiomas. Ella habla cinco idiomas pero de repente él habla catorce y estudia para seguir expandiendo su lenguaje. Lo que empieza como algo intempestivo, con dos personalidades diferentes que chocan y se encuentran y se reencuentran, pronto los halla como una pareja. Una pareja formada pero todavía sin esos planes que a veces la sociedad parece hacerte creer que son obligatorios para todas las parejas, como casarse y tener hijos. Pero aquella relación que en un principio pueden controlar, decidir entre los dos qué, cuándo, hasta dónde, toma un vuelco con una noticia que amenaza con romper toda trama pre establecida.
Cuando la tragedia toma forma, todo lo de alrededor se modifica, se deforma y una queda en el medio, improvisando mientras intenta nunca bajar los brazos. Que es el amor la fuerza que nos mueve, dicen. Pero es difícil aferrarse a esa idea cuando la correntada parece ir tan fuertemente en contra.
La película que escribe y dirige Romain Cogitore empieza como una película romántica enmarcada por la expatriación, los lenguajes, la palabra -él quiere hablar muchos idiomas, ella quiere escribir-. Pero pronto toma un tono más dramático propio de un argumento fuerte que pone a prueba a estos dos protagonistas que indudablemente se aman, eso lo sabemos.
Narrada desde la mirada de su protagonista, Maria (interpretada por Deborah François), es ella quien mueve el relato, quien se mueve para que la historia avance; eso lo vemos desde los primeros pasos de seducción. Así la vemos transitar con él las diferentes etapas de una pareja promedio hasta que una fuerza anterior rompe los moldes y los pone a prueba de manera dura y veloz. Hay una química innegable con su contraparte Paul Hamy como Olivier.
Cogitore sortea con elegancia los golpes bajos en los que podría haber caído con mucha facilidad. Incluso hacia el final le escapa a los clichés y los lugares comunes y hasta por momentos consigue bellas escenas poéticas y sensoriales -surrealistas como la ducha entre los dos que de repente de convierte en nieve. ¿Hasta cuándo se puede seguir estando juntos si una de las partes tiene que sacrificar gran parte de sí? Ahí radica el centro de esta historia. Por eso no estamos ante una película color rosa.
Un fuerte drama narrado con mucha sensibilidad y también realismo. Al principio, la voz en off de la narradora se pregunta: ¿qué nos queda? Quizás eso, el amor.