El suplente

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

EL NUEVO CINE ARGENTINO VA A LA ESCUELA

Si bien lejos de la repercusión de Argentina, 1985, y con ambiciones mucho más modestas, existe entre El suplente de Diego Lerman y la reciente película de Santiago Mitre una suerte de reivindicación de ciertos esquemas de cine industrial que hasta hace años parecían un poco despreciados por un cine argentino más ocupado en sueños autorales y búsquedas festivaleras. Porque si Argentina, 1985 es antes que nada una correcta película judicial, El suplente no es otra cosa que un aplicado drama que se aferra a la estructura típica de ese subgénero de docentes y alumnos que el cine norteamericano ha sabido construir hasta agotar todos sus recursos. Habrá quien vea, también, una suerte de resignación de un cine (y de una generación de directores) que ha tenido que simplificar su discurso para llegar, tal vez, a una audiencia más masiva. Que cada uno tendrá sus pruritos y sus criterios para entender el lugar actual de buena parte de la cinematografía nacional y los alcances de una película como esta.

El acierto de El suplente, en todo caso, es saber aplicar esa estructura genérica a un universo que se siente bien auténtico, con una recreación del mundo estudiantil que respira una problemática propia de un lugar y un momento determinados. Algo que por ejemplo el cine europeo ha sabido recrear con películas como Entre los muros, por ejemplo. Lucio, el docente e intelectual que interpreta con su solidez habitual Juan Minujín, deja de lado el mundo universitario para ir a dar clases a un colegio secundario del conurbano bonaerense. Y si en esa decisión parece haber algo antojadizo del guion, lo cierto es que responde a un presente algo incierto del personaje: relación conflictiva con su hija preadolescente, un divorcio reciente y un padre enfermo, que administra en el barrio un comedor mientras intenta lidiar con los problemas socioeconómicos de sus vecinos y las presiones de políticos y narcos. Por lo tanto, hay en ese viaje del protagonista una idea de búsqueda personal, de reencontrarse con una vocación de la que parece haberse alejado y de recuperar el control de su vida.

De un tiempo a esta parte, Lerman parece haber encontrado un tono para su cine que es el de merodear problemáticas sociales (violencia de género en Refugiado; adopción y venta de bebés en Una especie de familia) con una estructura de cine de género, incluso de thriller. Es un camino peligroso, porque por un lado el registro genérico puede verse deslucido y por otro, los temas importantes, simplificarse. Sin embargo el director se siente cómodo y logra que sus relatos fluyan en ambas direcciones. En ese plan, El suplente es tal vez el que rinde en una escala menor, porque se tiene que atar necesariamente a demasiados lugares comunes prediseñados, como ese núcleo de pibes que parecen hijos de la marginalidad estetizada de series como Okupas o El marginal, y algunas situaciones parecen un poco inverosímiles, como esa invasión de Gendarmería en la escuela. Y porque en ocasiones la película cae presa de cierto voluntarismo, del que escapa gracias al protagonista, un personaje con más complejidad del que el relato parecería ofrecer en primera instancia. Es Lucio quien se lleva el punto de vista y Minujín quien aporta su coraza tan amable como incómoda para construirlo. Seguramente la película encuentra su punto exacto en la última escena, donde se cruzan las obsesiones formales de un director con inquietudes autorales y la sintaxis del guion perfecto, que sabe sintetizar con una imagen lo que le pasa a los personajes sin necesidad ni subrayados.