El sacrificio del ciervo sagrado

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

A corazón abierto

Con una inusual visión que combina un realismo mágico con un terror inescrupuloso y una parsimonia de gran intensidad, el realizador griego Yorgos Lanthimos (Dogtooth, 2009) construye pesadillas de gran realismo que adentran al espectador hacía las texturas de un mundo desconocido, intempestivo, que va estableciendo sus reglas y sus tabúes, dejando entrever que algo, o más bien todo, anda mal, en films absolutamente claustrofóbicos donde la libertad y la vida se ponen a prueba en todo momento.

En su último film, El Sacrificio del Ciervo Sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017), Lanthimos presenta un drama en clave de tragedia griega y sinfonía alegórica sobre un cirujano cardiovascular neoyorkino acosado por el hijo adolescente de un paciente fallecido por mala praxis. Obsesionado con la figura paterna perdida, el joven comienza una amistad con el medico que deviene en tormento sobre la familia, a la cual condena a una muerte dolorosa y cruel si el exitoso cirujano no sacrifica a un miembro de su familia por la supervivencia del resto como retribución por la muerte de su padre en el quirófano durante una operación coronaria.

En un guion escrito en colaboración con Efthymis Filippou, también coautor de The Lobster (2015), el opus de Lanthimos propone actuaciones circunspectas y profundas, con interpretaciones extraordinarias, destacándose Nicole Kidman como Anna Murphy, la esposa del cirujano (Colin Farrell), una oftalmóloga profesional, mujer fuerte, decidida y directa, y Barry Keoghan como Martin, el joven perturbado que amenaza la tranquilidad y la rutina de la familia Murphy. Sunny Suljic y Raffey Cassidy, quienes interpretan a los hijos de la pareja, también realizan una gran tarea, al igual que un atribulado Farrell como Steven Murphy, el cirujano recuperado de su adicción a la bebida, Bill Camp como amigo de Steven y anestesiólogo del hospital donde este se desempeña como cirujano y una Alicia Silverstone desconocida en un rol muy breve como madre de Martin.

La música incidental y perturbadora del film es una de las grandes protagonistas de una trama compleja y obscura. A cargo de Johnnie Burn (Under the Skin, 2013), con la supervisión de Sarah Giles y Nick Payne, las discordancias musicales crean climas, desarrollan tejidos argumentales y dramáticos que transforman la simbología de un film que busca en ese mismo carácter simbólico una metáfora que transfigure el sentido de la trama, convirtiendo al cine en un teatro de la crueldad que indague en la radicalidad cinematográfica a través del shock como búsqueda de la verdad humana.

El Sacrificio del Ciervo Sagrado es un film provocativo, cargado de una violencia contenida en cada escena que no siempre se manifiesta, pero que siempre está latente, esperando para emerger y desatar a la bestia que los personajes llevan dentro. Algo siniestro, que no pueden comprender, se apodera de los personajes, de su comportamiento, de sus acciones, de su mentalidad, desencajándolos sin que se den cuenta de que todo ha cambiado. De a poco descubren que el mundo en que vivían no existe más y están atrapados en una situación tan novedosa e incomprensible como aterradora. El realizador de origen griego lleva así la lógica metafórica de su film hasta sus límites con un guion extraordinario de gran profundidad figurativa sin concesiones ni temores a la hora de tomar decisiones arriesgadas que dejen una marca en la psiquis del espectador adormecido del Siglo XXI.