El sacrificio de Nehuén Puyelli

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Campusano regresa con una película que en varios pasajes recupera lo mejor de Vil romance, Fango y Fantasmas de la ruta.

Tras algunas películas menores (El Perro Molina, Placer y martirio y El arrullo de la araña), el prolífico e infatigable Campusano vuelve con una muy buena propuesta ya no ambientada en el conurbano bonaerense sino en la zona de Esquel y Bariloche. Inspirada en un caso real, El sacrificio de Nehuén Puyelli tiene como protagonista al Nehuén del título (Chino Aravena), un descendiente de mapuches que oficia como curandero del lugar. Su tranquila existencia se conmueve cuando recibe un par de denuncias (envenenar a una anciana y abusar de un joven de clase media-alta) y, a la espera del juicio, es enviado a un penal de Río Negro. Allí las cosas se mantienen en una tensa calma gracias al esfuerzo cotidiano de Ramón Arce (Damián Avila), un interno al que le falta menos de un año para quedar en libertad y que negocia con sus pares y los funcionarios para que las condiciones de convivencia (supervivencia) no se desmoronen. Pero las fuerzas corruptas de la Justicia y la irrupción de unos “pesados” al servicio de los poderosos de la zona como Henderson padre e hijo (Aldo Verso y Emanuel Gallardo) hacen que esa precaria tregua se quiebre por completo.

Se trata de un intenso drama carcelario que aborda con contundencia (a veces un poco obvia) las diferencias de clases, la violencia social, el racismo hacia los pueblos originarios, la xenofobia hacia los chilenos y un largo etcétera. De todas maneras, Campusano recupera aquí la potencia como narrador y -más allá del uso algo desmedido de grúas- construye con solidez un relato lleno de tensión con elementos del policial y del western gauchesco a puro cuchillazo, sin perder de vista la dimensión íntima y familiar ni la crítica política.

Los personajes de Nehuén (con su aura ancestral) y Ramón resultan convincentes para conducir el conflicto, mientras que se destacan también varios secundarios (por allí aparece el mismísimo Perro Molina de Daniel Quaranta) y malvados realmente de temer como los Henderson. Una mirada despiadada a la degradación social y a la venganza del ojo por ojo, pero también una reivindicación de los códigos de lealtad que se sostienen incluso en condiciones extremas y en medio de las diferencias más profundas. Crudeza y sensibilidad, sordidez y nobleza... Las dos caras del cine de Campusano.