El robo del siglo

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Es sólo plata, no amores

Mientras que el grueso del cine mainstream internacional opta por un tono narrativo símil policial hardcore -o dominado por un nerviosismo de cadencia taciturna o impiadosa- cuando se trata de encarar una caper movie, léase uno de esos films de asaltos planeados al dedillo por nuestros adalides de turno, El Robo del Siglo (2020) se decide en cambio por un sustrato más light vinculado a las obras de pareja dispareja y de una comicidad que se ubica entre lo inocente y lo canchero, aunque sin descuidar los preparativos de uno de los robos más célebres de los anales criminales argentinos, el del 2006 del Banco Río. Centrándose en Luis Mario Vitette Sellanes (Guillermo Francella), el inversor y “ladrón profesional”, y Fernando Araujo (Diego Peretti), el gran ideólogo detrás del asunto, la trama del opus de Ariel Winograd homologa la jugada retórica en cuestión con el mismo trasfondo de lo más picaresco del saqueo, sin duda un exponente muy colorido y eximio de la “viveza criolla”.

El mega hurto es famoso no sólo por su extraordinaria logística y por el suculento botín de millones y millones de dólares, jamás determinado del todo porque lo que se abrió fue la colección de cajas de seguridad de la sucursal de Acassuso, en San Isidro, de la entidad bancaria, sino también por cómo los señores se mofaron de -y dejaron completamente en ridículo a- los inútiles representantes de la ley vía una jugada que se sirvió de los vacíos de seguridad de los turnos diurno y nocturno, haciendo que en la sumatoria de ambos resulte posible el asalto con la bóveda abierta por la luz del día y las alarmas de noche antiboquetes desactivadas, las correspondientes al subsuelo del edificio. Como en toda heist movie que se precie de tal, el devenir retórico abarca un mínimo desarrollo de personajes previo al inicio del proyecto delictivo y un buen trecho dedicado al robo en sí, amén de un epílogo que nos aclara el destino de cada uno de los involucrados a posteriori del glorioso atraco.

Como decíamos con anterioridad, los cómplices son varios pero el guión de Alex Zito y el propio Fernando Araujo concentra sus energías en Vitette Sellanes, un veterano del hampa que había caído muchas veces preso por robar montos bajos y que contaba con el dinero necesario para el equipamiento, y en Araujo, un obsesivo del “trabajito” que planificó cada detalle con vistas a dar la sensación a las autoridades de estar frente a un robo express que salió mal para distraerlos mientras vaciaban tranquilos las cajas de la bóveda, asimismo con el hilarante remate de escaparse a través de un agujero en una de las paredes del subsuelo que daba a un colosal sistema de desagüe de la zona. Winograd construye una propuesta muy disfrutable y eficaz en lo referido a mantener elevada la tensión todo el tiempo y saber combinarla con chispazos cómicos que están apuntalados en esencia en antiguos engranajes del cine de género y en elementos varios del costumbrismo argentino y su clásico grotesco.

Peretti, Francella y Luis Luque como el negociador de la policía están muy bien, con el resto del elenco acompañando dentro del típico esquema general del séptimo arte vernáculo elevado por un presupuesto generoso, cortesía de varios jugadores de peso del mercado audiovisual oligopólico argentino. La película enfatiza la singular heroicidad de nuestros protagonistas vía el inefable argumento de “ladrón que roba a ladrón, cien años de perdón”, mucho más en este caso por aquella memoria emotiva del “corralito” del 2001 y la misma condición usurera extrema del sistema bancario/ financiero local, el único sector del país siempre favorecido a lo largo de la triste historia de la república desde el fin de la última dictadura genocida y el fluir de la democracia subsiguiente, en la que cada gobierno actuó como garantía de negociados, matufias e impunidad ad infinitum. El Robo del Siglo apenas si incorpora el remanido recurso del ambivalente vínculo familiar de los atracadores, aquí únicamente mediante la agitada relación de Mario con su hija, y recupera aquella genial nota que los hombres le dejaron a los uniformados, “en barrio de ricachones/ sin armas ni rencores/ es sólo plata, no amores”, poniendo de manifiesto la autoconciencia ideológica...