El retrato de Dorian Gray

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

La obsesión, según pasan los años

El texto de Oscar Wilde tiene varias versiones para cine, especialmente realizadas por directores ingleses y estadounidenses. El británico realizador y actor Oliver Parker, por su parte, ya había explorado en la obra del autor en las académicas Todos quieren ayudar a Ernesto y Un esposo ideal, y hasta en una ocasión se animó al Otelo de Skakespeare en una espantosa adaptación. El nuevo Dorian Gray presenta los problemas habituales de estos tiempos al convocar un texto canónico y pensar en un espectador de fugaz e inmediato consumo cinematográfico. La recreación de la época victoriana transmite pomposidad y grandilocuencia escénica, con la consabida utilización de una música que subraya lo que ya de por sí se observa en las imágenes. El sufrimiento personal de Gray (Ben Barnes) y su obsesión por retener el paso del tiempo a través de un pacto fáustico cuyo responsable mayor es Lord Wotton (Colin Firth), al fin y al cabo el centro narrativo del texto de Wilde, no manifiesta en ningún momento la suficiente profundidad, ya que la película describe con una alarmante pereza desde la puesta en escena los amores del personaje central, los cambios que se producen en la sociedad de aquella época y los momentos en que el pobre Dorian se enfrenta con su eterno retrato. Sólo la escena en que se reencuentra con la corte victoriana entrada en años ostenta cierto misterio. Pero el problema mayor es que determinadas acciones del personaje pueden confundirse con las de Jack, el destripador y El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, resaltando aun más los resultados híbridos y vacíos de este casi atentado contra la obra de Oscar Wilde <