El pulso: la llamada del apocalipsis

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Una debacle insípida.

Para aquellos que no lo sepan vale aclarar que El Pulso (Cell, 2016) prometía ser el regreso de Stephen King al mainstream luego de unos cuantos años de adaptaciones televisivas y una andanada interminable de cortos: lamentablemente la obra resultante está lejos de superar las últimas dos traslaciones de calidad del mítico escritor, La Niebla (The Mist, 2007) y 1408 (2007), y las culpas están repartidas entre el anodino director Tod Williams y la batería de productores de turno, los verdaderos responsables de condenar a la película a dos lustros de tortuosa producción desde que en 2006 -el año de publicación de la novela original- se anunciase el proyecto con bombos y platillos. Mucho tiempo después del que hubiese sido el momento adecuado para el estreno, léase el furor del terror tecnológico de la década pasada, hoy el film asimismo acumula demasiados problemas narrativos y formales.

La historia está centrada en el encuentro imprevisto de Clay Riddell (John Cusack), un diseñador gráfico y autor de cómics, y Tom McCourt (Samuel L. Jackson), un maquinista/ conductor de subterráneos. Ambos formarán una sociedad tácita con vistas a sobrevivir en medio de una especie de apocalipsis zombie, ahora bajo la modalidad de una señal que se esparce mediante los celulares, infecta a sus víctimas y las convierte en psicópatas autistas que respetan una “mentalidad de panal”. El guión de Adam Alleca y el propio King se encuadra dentro de la tradición pesimista del señor de Maine (retratando el viaje de los dos protagonistas, más algún que otro acompañante circunstancial, hacia el hogar de la familia de Riddell en Kent Pond) y pretende recuperar los detalles más miserables -y gloriosos- de otras calamidades similares de antaño (aquí las tragedias no pagan dividendos dramáticos).

Como ocurre con gran parte del cine estadounidense actual, un prólogo a toda pompa no se condice en realidad con el insípido desarrollo posterior, en el que pululan las incoherencias (los personajes no utilizan vehículos hasta el tramo final), se desaprovechan secundarios (por ejemplo, el maravilloso Stacy Keach), no existe un esquema gradual de situaciones (McCourt y Riddell poseen desde el inicio la disposición para el asesinato masivo, sin escalas intermedias) y el relato cae en baches cíclicos sin sustento (se van sumando escenas inconducentes a lo largo de todo el segundo acto). La ejecución por demás mediocre del director es otro factor a sopesar, ya que la paupérrima imaginación visual de Williams termina empantanando una premisa que abría una interesante gama de posibilidades. Por suerte la película no llega a ser un desastre gracias al desempeño de los actores principales.

Se puede afirmar que muchos cinéfilos tienen razón en eso de considerar que Cusack se transformó en un nuevo Nicolas Cage, por lo menos en lo que respecta a su promedio anual de tres opus fallidos y una propuesta excelente, lo que por cierto sigue siendo más a nivel cualitativo que lo que tiene para ofrecer la enorme mayoría de las estrellas clase A de nuestros días (todo el Hollywood de “pretensiones espectaculares” está en crisis). Más allá del encanto contemporáneo de la serie B y una cara de piedra en su máxima potencia, sinceramente se extraña al Cusack del pasado, ese héroe del indie que nos regaló muchas obras magníficas. En resumidas cuentas, El Pulso se aleja del tufo militarista de Guerra Mundial Z (World War Z, 2013) pero tampoco consigue su objetivo, el vincularse al registro de izquierda del gran George A. Romero o corolarios como The Walking Dead…