El protector

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

LAS (GRANDES) DIFERENCIAS ENTRE UN MAESTRO Y SU DISCÍPULO

La tentación obvia sería ver e interpretar a El protector como otro vehículo más que explota la vertiente de héroe de acción maduro de Liam Neeson, que ya tiene un largo rato -y muchas películas- desde ese sorprendente (e injustificable) suceso que fue Búsqueda implacable. Eso tendría su lógica, ya que Neeson supo trascender la mediocridad de esa saga inventada por Luc Besson e ir construyendo diversos personajes marcados por el profesionalismo, además de personalidades torturadas y ambiguas, que casi siempre buscan algún tipo de redención.

Sin embargo, el nombre que hay que tener más en cuenta en El protector es el de Robert Lorenz, co-guionista y director, que aquí entrega apenas su segundo film como realizador en poco más de una década. Sin embargo, su trayectoria es mucho más extensa, ya que se ha desempeñado como productor o asistente de dirección, casi siempre a las órdenes de Clint Eastwood, ya desde los tiempos de Los puentes de Madison. De hecho, supo dirigir a Eastwood en su ópera prima, Curvas de la vida, drama deportivo más que aceptable, aunque menor, donde se mostraba de forma patente como su discípulo, aunque sin las mismas habilidades que las del maestro Clint.

En El protector, ese lazo se extiende y, por más que Eastwood no esté en el protagónico, sí hay múltiplos guiños a su cine, además de una estética y un ritmo narrativos plenamente vinculados con eso que podríamos llamar eastwoodiano. Y además está Neeson, quien emprende un rumbo comparable al de Eastwood en las últimas décadas: una especie de representante/símbolo de un mundo cuyas conductas y códigos están al borde -casi literalmente- de la extinción. Acá, interpretando a un ranchero de Arizona, viudo y al borde de la quiebra, que por una serie de circunstancias debe encargarse de proteger a un niño mexicano que huye de un cartel de drogas e intentar llevarlo a Chicago, donde lo esperan unos familiares.

Hay ecos de Gran Torino en la combinación de policial, road movie y western que utiliza El protector, aunque a Lorenz le falta ese talento y experticia que posee Eastwood. Si el relato tiene un buen arranque, que le permite presentar con fluidez y sin apuro los conflictos y sus protagonistas, en cuanto ingresa a la ruta comienza a trabarse en varias situaciones poco creíbles. A eso se suman un vínculo no del todo bien calibrado entre el ranchero y el niño; además de un villano un tanto estereotipado. Si Eastwood tenía la lucidez para trabajar apropiadamente los lazos entre los personajes, así como la interacción entre el humor y la melancolía, y que eso compense posibles fallas de los guiones, en El protector eso solo aparece de a ratos.

Recién en la última parte, cuando la trama arriba a la confrontación final, que no tan casualmente tiene lugar en un espacio rural (bien propio del western), es que la película encuentra la claridad sobre qué narrar y cómo hacerlo. Ahí, todos elementos encajan, como si Lorenz hubiera aprendido las lecciones de Eastwood justo a tiempo. Entonces aparecen con fluidez y consistencia los destinos trágicos; los aprendizajes mutuos; la lectura social sutil y equilibrada; y hasta el profesionalismo coherente en ambos bandos. En esos últimos minutos, El protector se convierte en un film innegablemente honesto y noble, que nos permite esperanzarnos con que Eastwood tenga herederos tanto en su vertiente actoral como en la de realizador. Una pena que en buena parte del metraje previo eso solo se puede intuir difusamente.