El protector

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Galardonados protagónicos de la década del ’90, en “Michael Collins”, “La Lista de Schindler”, “Antes y Después”, “Kinsey”. Hubo un tiempo en donde Liam Nesson era un más que confiable actor dramático. Puede que su talento no haya perecido por completo si disfrutamos de la reciente y conmovedora “Un Amor Extraordinario” (2019); sucede que su abordaje a historias emotivas se ha visto francamente limitado, a lo largo de la última década, producto de su preferencia por las de más pura acción.

En detrimento de desafíos actorales superadores, Liam se encontró cómodo con la etiqueta de héroe de acción maduro que forjara, allá por 2010, con “Taken”, tipificando un tipo duro e implacable, que prosiguiera su andar a lo largo de las siguientes secuelas. Gozando de una segunda juventud, el traje le calzaba bien. Luego llegaron “Non Stop” (2013), “Caminando entre Tumbas” (2013) y la remake americana de un gran film nórdico titulada “Cold Pursuit” (2019). El arquetipo amenazaba en convertirse en estereotipo.

Encasillado hasta el hartazgo, su flamante rol protagónico en “El Protector” cobra calibre de ridículo. Robert Lorenz improvisa en el irlandés Liam a un ranger de acento texano que se convierte en guardián de un niño mexicano ilegal. Un plato servido para el lugar común: la frontera franqueable. Vivimos tiempos de globalización y corrección política. Mientras Neeson pretende robar una página de manual al áspero y recio renegado encarnado por Clint Eastwood de forma reverencial, el argumento se sucede en un encadenamiento de decisiones trilladas.

El implacable protector que da título al film se abre paso a golpe limpio, desarticulando la amenaza de turno. Mientras el trasfondo narrativo nos aburre con su resolución simplista, un cúmulo de imágenes vertiginosas pueblan de efectismo un contenido vacuo. ¿Habrá leído la teoría de Robert Bresson acerca del ritmo cinematográfico? Velocidad no equivale a sentido. Vetustos héroes de acción como Pierce Brosnan, Bruce Willis o Nicolas Cage cedieron su trono a la impostación de un improvisado y siempre ocurrente Neeson. No es su culpa que el cine comercial contemporáneo haya sido diagnosticado de vulgaridad crónica. Lo mezquino, lo unidimensional y lo anodino sazonan las polvorientas rutas que transita este borderline cinematográfico.