El proceso. Historia de un golpe

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

UN FILME FALADO

El proceso, historia de un golpe es un vendaval verbal, un huracán dialéctico de dos horas veinte, producto de una envidiable selección. Entre sus varios méritos se encuentra la capacidad de registro en la arena caliente de una trama política siniestra, el poder de observación de los actores que entran en juego como si fuera un teatro de máscaras. Por eso, independientemente de la evaluación ideológica que cada espectador haga, es destacable la pericia de la directora María Augusta Ramos por incorporar todas las voces en conflicto, inmersas en una sociedad de espectáculo donde el concepto de verdad queda pulverizado.

Las imágenes iniciales confirman el movimiento anterior. Una mirada barrida hacia los bordes del interior del recinto capta las reacciones de los manifestantes. Alejados de la performance de los involucrados, cada facción representa los lados en que se encuentra dividido el país a partir del pedido de destitución de Dilma Rousseff, una perversa maniobra de la derecha a juzgar por los argumentos esgrimidos y en consonancia con los azotes que vive la región en esta parte del continente. A través de un hábil montaje, Ramos nos pasea por diversas exposiciones, gestos, actitudes (incluidos golpes bajos patéticos de la fiscal) y discusiones que confirman una vez más la brecha ideológica que se agiganta entre los habitantes, promovida y potenciada por la perversidad de los medios de comunicación y las corporaciones. Al mismo tiempo, se introducen respiros en los que la cámara se entromete como mosca en la pared en los descansos de los políticos, en los tiempos muertos de la actividad parlamentaria, de manera tal que los propios espectadores saquen sus propias conclusiones.

Este registro del acontecimiento en todas sus aristas da cuenta de un proyecto ambicioso que sale muy bien parado, pero además, confirma la naturaleza urgente del documental como testimonio de una época de crisis, abierta a un abismo cuyo horizonte incierto abruma por los reiterados actos visibles en Latinoamérica.

No hay una voz en off que guíe o se imponga sobre lo mostrado. Menos aún didactismo. Sí un muestrario de múltiples contrapuntos, abrazos falsos, lágrimas de cocodrilo, en medio de una farsa jurídica orquestada con el apoyo de EE.UU. Y no es que la realizadora lo grite a los cuatro vientos; el punto es ver y escuchar las razones ridículas que dan los rostros de plomo de un bloque unido para provocar el golpe institucional que inevitablemente ocurrió. Al final, los contrastes vuelven a dominar la escena: un festejo más parecido a tribuna de fútbol y el rostro de la derrota, de la desazón por lo que vendrá.