El príncipe del desierto

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

Jean-Jacques Annaud es uno de los más prestigiosos directores del cine francés, cuyo debut en 1976 con “Blanco y negro en color” fue toda una revelación. Siguieron varios títulos exitosos como “La guerra del fuego”, “El nombre de la rosa”, “El oso”, “El amante” y “Siete años en Tibet”. Pese a la diversidad de temáticas todas esas películas tenían algo en común al estar filmadas (y en general transcurrir) fuera de Francia.

Hacía más de 10 años que no se presentaba una obra suya, siendo la última que aquí se vio “Enemigo al acecho”, ambientada en el sitio de Stalingrado. De hecho hasta allí (2001) todo lo que había dirigido tuvo estreno local, pero luego vinieron dos títulos que no llegaron a verse en Argentina.

Ahora regresa con “El príncipe del desierto” un título posiblemente más comercial y banal que el original “Black Gold”, que claramente alude al petróleo y en particular a su descubrimiento en un “desierto” en pleno Medio Oriente, en la década del ’30.

En verdad la historia refiere a la rivalidad entre el sultán Amar, interpretado por Mark Strong, muy frecuentemente visto en las últimas semanas en nuestras pantallas al punto que actualmente está además en cartel en “El topo”, “John Carter: entre dos mundos” y “El guardia” (¿será acaso un record?) y el emir Nesib. A este último lo corporiza Antonio Banderas, a quien preferimos en “La piel que habito” y que aquí se expresa en un algo ridículo inglés (además de hacer de… Banderas).

Más interesante es el personaje de Auda, hijo de Amar pero que por acuerdo con Nesib fue adoptado por este último. Quien lo interpreta es Tahar Rahim, virtualmente desconocido por estas latitudes pese a su extraordinaria actuación en “El profeta”, que debió haber sido estrenada localmente. (No lo fue porque los derechos los tenía una distribuidora “major”).

El tema central es el descubrimiento del “oro negro” en una zona de nadie entre ambos reinos, conocida como el cinturón amarillo” y la lucha por su posesión, mientras es explotada por un consorcio estadounidense.

La historia no resulta demasiado impactante, aunque sí lo son las imágenes que muestran una gran producción con miles de camellos, caballos y extras filmadas desde diversos ángulos. A ello se agregan las batallas con tanques primitivos (de inicios de la década del ’30) y aviones también antiguos.

Hay además una historia de amor, protagonizada por el príncipe Auda y la princesa Leyla, hija de Nesib, en aceptable interpretación de Freida Pinto (“¿Quién quiere ser millonario?”).
En síntesis, un film recomendable sólo para quienes desean o se conforman con pasar un momento entretenido y gozar de bellas imágenes y de la buena música de James Horner.