El precio del mañana

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Niccol es obvio y desapasionado y eso se nota tanto en su obra anterior cómo en El precio del mañana.

Andrew Niccol es un cineasta que filma por concepto. Sus creaciones, como El señor de la guerra, Simone o Gattaca, son estructuras sostenidas primariamente por premisas en principio atractivas, un trabajo estético muy detallado y guiones con varias frases memorables. El problema es que en su cine no hay mucho más que eso. Los mundos que pretende construir son limitados, sus conclusiones y reflexiones bastante obvias, su estética pura superficie sin relleno y los diálogos de los personajes más importantes que los personajes en sí. De hecho, The Truman Show es su creación más compleja, pero eso se debe más que nada a la labor de Peter Weir, un director que busca siempre el costado humano en las historias y que aporta a la noción inicial del filme lo justo y necesario: el sentimiento.

El precio del mañana es entonces una cinta muy representativa del cine de Niccol. Otra vez tenemos una sociedad distópica, donde el tiempo ha pasado a ser la moneda por la cual se adquieren bienes y servicios, pero también se puede acceder a una vida eterna o morir muy joven; personajes-actores (por momentos Justin Timberlake y Amanda Seyfried hacen de sí mismos y no mucho más) que apuntan claramente hacia el público joven; algunas ideas ingeniosas (como después de los veinticinco no se envejece más, los hijos lucen tan jóvenes como sus progenitores) y otras no tanto (las zonas horarias como divisoras de clases).

El objetivo del realizador es bastante obvio: construir una alegoría sobre el capitalismo, literalizando los efectos de la economía monetaria a través del tiempo. Pero su estructura de reemplazo apenas le sirve para reproducir lo ya visto en la sociedad actual: los ricos gastando sin límites mientras los pobres viven día a día; la inflación como instrumento para preservar las diferencias de clases; las mafias que le roban a los pobres y viven como ricos; los organismos policiales (en este caso, los Guardianes del Tiempo) que sólo persiguen los pequeños robos de tiempo en los barrios bajos y nunca investigan a los que más tienen.

El análisis de la sociedad que presenta El precio del mañana es esquemático, bidimensional, todo blanco sobre negro. Los pobres son toda buena gente oprimida, los ricos todos insensibles, y el que cambia las cosas es un héroe, el paradigma del individuo, que pasa de vivir una existencia insípida a convertirse en el hombre que cambia todo. Se le podría cuestionar nociones similares a un filme como Avatar, pero allí la diferencia la marca un director como James Cameron que narra con una pasión y convencimiento del cual Niccol carece.

Aún así, El precio del mañana tiene algunos momentos entretenidos y algún que otro personaje atractivo. Pero la sensación final es que su falta de espesor la termina condenando a la mediocridad.