El perseguidor

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Mentiras, trampas y más de un secreto escondido

La ópera prima de Cruz augura un interesante porvenir

¿Por qué Gustavo (Alejo Mango), un prestigioso neurocirujano, y Lola (Marita Ballesteros), una reconocida arquitecta, que sostienen un previsible matrimonio desde hace más de 30 años, aparecen en la primera escena con sus ropas y cuerpos ensangrentados y arrastrando un cadáver por una zona selvática del delta del Paraná? Ese es el principal (no el único) enigma que Víctor Cruz -reconocido productor del medio local que debuta en el largometraje de ficción- irá resolviendo a partir de la deconstrucción de la historia apelando a una fragmentada, tensa y vertiginosa narración.

Con mucha cámara en mano, cambiando a cada rato el punto de vista (en mitad del relato aparece un "extraño", el perseguidor del título, que filma a los dos protagonistas con un dispositivo casero de video), y con una estructura que va y viene en el tiempo, Cruz descorre el velo para demostrar que las apariencias engañan y para sumergir al espectador en un mar de pequeñas (y no tan pequeñas) mentiras y trampas de estos abuelos que en verdad esconden más de un secreto.

Las referencias al cine de Michael Haneke (perversiones varias, el miedo burgués a ser espiado e invadido en su intimidad, el voyeurismo y otros temas trabajados en Caché/Escondido , Funny Games y otros títulos del realizador austríaco-alemán) son inevitables, pero El perseguidor es bastante más que un sucedáneo o un mero ejercicio de estilo. Aquí hay un guionista inteligente (la historia fue escrita a cuatro manos con su pareja, la también realizadora Sandra Gugliotta), un sólido director de actores (resultan convincentes los trabajos de Mango y Ballesteros) y un dúctil narrador. Es decir, un gran cineasta en potencia. Veremos qué le depara el futuro, pero El perseguidor es una más que auspiciosa carta de presentación.