El perro que no calla

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Película lúdica, intimista, reflexiva y entrañable, “El Perro que No Calla” es el más reciente film de la destacada realizadora Ana Katz, una estandarte del cine de autor autóctono, cuya concepción audiovisual, desde la independencia y la autogestión, la convierte en una cineasta a siempre tener en cuenta. Responsable de logrados títulos como “El Juego de la Silla” (2002), “La Novia Errante” (2006) y “Los Marziano” (2011). El presente film nos trae la historia de un particular y querible personaje, cuyo mundo exterior se transforma y espeja en la fragmentación del propio orden interior. El trauma que precede a la sanación será abordado de forma más poética que explícita, sin desatender una mirada social presente y comprometida, aunque en absoluto solemne. En apenas setenta minutos de metraje, Katz elige la sátira que no teme ensayar una mirada absurda, condensando una indagación microscópica atenta al más mínimo detalle, al servicio de una composición escenográfica casi pictórica. De modo llamativo, recurre a herramientas expresivas de animación y a un omnipresente uso del blanco y negro. Visualizando “El Perro que No Calla”, participante de la sección oficial de los últimos festivales de Mar del Plata, Rotterdam y Sundance, nos encontramos ante una obra que emerge como un peculiar drama identitario. Destaca la banda sonora compuesta por Nicolás Villamil, mientras nos invade un panorama de total extrañamiento. Abstracta y todo lo menos convencional que se pueda, examina bajo su control los bordes de un mundo en mutación. Protagonizada por Daniel Katz (hermano de la directora), el retrato conseguido refleja la vulnerabilidad de un ser que palpita la celebración de su propio cambio, fuera de toda convención. Se descubren los velos de zonas humanas con las cuales empatizamos. El trayecto es existencial y las emociones latentes. Paradójicamente, podemos trazar más de una línea paralela con el presente que habitamos.