El perfecto David

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Así nace la belleza. Así, de forma espontánea. No tiene relación con tu trabajo o el mío. La creación de la belleza y la pureza es un acto espiritual» MUERTE EN VENECIA (1912, THOMAS MANN)

El David de Miguel Ángel es el ideal de belleza masculina. El genio renacentista, uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, concibió un hombre musculoso, tensando su cuerpo y preparado para el combate inminente. Su tamaño prefigura el ideal de armonía y simbolizaba la virtud, la superioridad espiritual y la belleza del héroe que retorna a los ideales clásicos occidentales y antropocentristas. La alegoría se traslada a la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, siendo la única película latinoamericana seleccionada para el último festival de Tribecca, para su vigésimo aniversario. “El Perfecto David” nos presenta una temática universal: la búsqueda de la identidad; también puede entenderse el film como una metáfora acerca del perfeccionamiento e idealización de todos los padres, quizás proyectando ciertas propias frustraciones en sus hijos.

Cuestiones vivenciales y autobiográficas atraviesan la idea del autor, quien dirige a Mauricio di Yorio y Umbra Colombo. Se trama un relato en tensión permanente, predominante en un tono de suspenso. Una madre vigiladora y controladora y un régimen sobrehumano para cultivar un cuerpo en directa proporción al tiempo invertido nos dan positivos indicios. Llama la atención el contraste de desproporción entre los rasgos propios de la edad y el aspecto físico de nuestro protagonista, una elección en absoluto delibrada. Son parte de los recursos visuales utilizados que nos interpelan como audiencia. “El Perfecto David” es un film de estética belleza, que indaga en la mirada de los otros y donde el punto de vista narrativo permanece desde la figura del conflictuado adolescente expandiéndose hacia su mundo exterior, en permanente tensión y puesta en duda; propio de un tiempo de vida en donde se afianza la formación de vínculos y se persigue la propia vocación. Visibilizamos la vida social comprometida por la rutina de entrenamiento y la vigoréxica búsqueda alternativa de métodos para alcanzar la meta. Es la cuota de toxicidad necesaria para toda obsesiva quimera.