El país de las últimas cosas

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Los orígenes de esta película datan de 2001, en tiempos donde Argentina vivía una realidad análoga al relato que plantea el libro de Paul Auster, en el cual se basa esta flamante película de Alejandro Chomski (“Existir sin Vos, una noche con Charly García”, 2013). El concepto abstracto y atemporal de la pérdida de las libertades personales nos arroja hacia un halo imaginario y distópico rodado en blanco y negro, con el cual muchos países podrían identificarse en la actualidad.
El traslado de la literatura al cine siempre presenta obstáculos y desafíos sumamente estimulantes. El concepto primario que viene desde la palabra escrita y cobra vida en el formato audiovisual, obliga a tomar decisiones para lograr que ese concepto reformulado funcione correctamente. Aquí, la búsqueda de equilibrio entre la fidelidad a la obra y la marca de autor, resguarda la idea de esta totalidad macro universal. En “El País de las Últimas Cosas”, el acento idiomático representa una cultura y un país, pero su abordaje excede las fronteras y nos hablan de la condición humana. Despojarse de las etiquetas también acusa recibo en su faceta genérica: abandonar las ropas de la ciencia ficción nos coloca en el plano atemporal que contiene a la historia. En su génesis podría encumbrarse una nueva torre de babel, o construirse la próxima arca de Noé.
No resulta un aspecto menor, observaremos un diseño musical sumamente cuidado, que sirve de atmósfera a este lugar mutante: una ciudad en movimiento, tal vez un espacio sin ubicación geográfica. Una travesía como disparador narrativo, una búsqueda como ancla argumental. Sin embargo, en las profundidades subyace cierta mirada acerca de la devastación del espacio habitado, cobrando magnitud metafórica.