El padre

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

EL ENCIERRO

En El padre, Florian Zeller adapta su propia obra de teatro para representar la degradación mental de un anciano. Pero lejos de usar lo teatral como resguardo para contener la falta de ideas visuales o narrativas, el director usa esa estructura y la ambientación en un único espacio como un elemento dramático fundamental para el éxito de su propuesta. El guion escrito por el propio Zeller junto al experimentado Christopher Hampton convierte el departamento en el que habita Anthony en una extensión de la mente del personaje, donde la confusión espacial y temporal resulta una instancia de absoluta incomodidad para el espectador. La clave aquí es el montaje, que apuesta por mezclar los tiempos con escenas que se replican de manera circular y que pueden cambiar de personajes o punto de vista. El padre es un ejercicio fascinante de puesta en escena, pero también un juego intelectual que se vuelve emocional gracias a la otra gran herramienta con que cuenta el director: su elenco, muy especialmente Anthony Hopkins y Olivia Colman.

Las primeras escenas de El padre sientan las bases de lo que será el resto de la película, particularmente su apuesta formal. Allí asistimos primero a una charla entre un padre y su hija. El hombre parece algo extraviado y la mujer un poco asustada y conflictuada con la situación de su progenitor, que rechaza una a una las cuidadoras que le ponen y no parece apto para vivir solo en su departamento. En la segunda escena comienza el juego: Anthony sigue siendo Anthony, pero ahora hay otro hombre ahí, su yerno, y su hija también es otra, tiene otro rostro; aunque también es otra la cocina de su departamento. En definitiva, ¿es su departamento? ¿Anthony vive solo o acompañado? Como decíamos, El padre es un juego, y además un rompecabezas al que en definitiva le faltan piezas porque quien lo arma, el punto de vista, es el del propio anciano con demencia. Zeller siembra la escena de símbolos, un reloj, un cuadro, un pollo, operan como ancla temporal para que los espectadores tratemos de dilucidar qué es lo que está pasando. La confusión, el enrarecimiento constante llevan la película hacia climas y tonos del thriller, incluso del terror psicológico.

Ahora bien, agradecemos todo el juego formal que Zeller dispone ante nosotros, también que adapta su obra teatral incorporando herramientas cinematográficas con gran inteligencia. El problema de fondo en El padre no deja de ser el de mucho cine contemporáneo que se piensa desde el ingenio del dispositivo formal: una vez que descubrimos el truco, la película no tiene mucho más para decir. Es sí un bonito viaje de distracción, además una vuelta de tuerca al agotador subgénero de películas sobre enfermedades, pero la película de Zeller no profundiza demasiado en esos vínculos, tal vez por la propia esencia fragmentaria de su película que le juega en contra. Hacia el final hay un gran monólogo de Hopkins, que clarifica algunas cosas mientras la película va dándole identidad a cada cosa, pero no deja de ser un hombre hablando a cámara y explicándonos lo que ya habíamos entendido y exteriorizando emociones que la película, ahora sí, no supo poner en imágenes. El encierro a esa altura no es solo del padre, sino también de El padre.